Limpieza física
“sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en
las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y
se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un
lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la
toalla con que estaba ceñido.” Juan 13:3-5
“Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su
manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me
llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y
el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies
los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho,
vosotros también hagáis.” Juan 13:12-15
Según dice la Palabra de Dios, nosotros los creyentes por la
fe en Jesús y en su Palabra, ya hemos sido limpiados completamente, su sangre
nos limpia de todo pecado y el obedecer su Palabra mediante el Espíritu
purifica nuestras almas (1 Juan 1:7, 1 Pedro 1:22). Pero, suele pasar que así
como cuando caminamos físicamente se ensucian nuestros pies, de manera
espiritual también nos puede suceder.
Espiritualmente, ensuciar nuestros pies se trata básicamente
al hecho de equivocarnos o cometer errores en nuestra manera de ser; ejemplo,
si alguna persona es grosera con nosotros, nuestra respuesta suele ser, según
dice Dios que debemos hacer, es decir, practicando la humildad, la mansedumbre
y el dominio propio para no responder igual o peor (1 Pedro 2:15-16); sin
embargo, puede llegar el día que por algún motivo no respondamos de manera
sabia, sino de manera necia, quizás con ira, gritería, maledicencia u otros, y
entonces ensuciemos nuestros pies. Ahora bien, ¿qué es lo siguiente que debemos
hacer?
Bueno, existen dos posibles escenarios, o eres el de los pies
sucios o eres quien observó cómo uno de tus hermanos se los ensució. En el caso
de ser tú el observador, lo que el Señor nos enseñó y también ejemplo nos dio,
fue a que aprendiéramos a lavarnos los pies los unos a los otros; de manera
que, nuestro actuar ante esto, no es precisamente criticar o condenar al otro,
sino mejor, perdonarlo, restaurarlo y levantarlo, es decir, limpiarlo; la
Palabra de Dios en Gálatas 6:1 nos dice “Hermanos, si alguno fuere sorprendido
en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de
mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.”
Finalmente, si has sido tú el que ensució sus pies, con toda
la confianza y seguridad al saber que Jesús se entregó por ti para lavarte,
purificarte y santificarte, acércate hasta Él y en un momento de intimidad y
confesión permite que al igual que a sus discípulos en aquel tiempo, a ti
también te lave tus pies. Oración.
«Señor, al igual que Pedro en aquel tiempo, me escandalizo de
solo pensar que tú quieras lavar mis pies, sin embargo, medito y sé que no solo
ya has lavado mis pies, sino también todo mi ser; te alabo y te bendigo, Dios;
recibe toda mi gratitud y adoración por tan grande ejemplo y amor, amén.
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