No todo el que me dice: “¡Señor, Señor!”
“No todo el que me dice: “¡Señor, Señor!”, entrará en el
reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los
cielos. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu
nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos
milagros?” Entonces les declararé: “Nunca os conocí. ¡Apartaos de mí, hacedores
de maldad!”, Mateo 7:21-23.
l leer el pasaje de hoy podemos reflexionar en varios
aspectos. El primero es ¿Cual es la voluntad del Padre? la escritura nos dice
en Juan 6:40 “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que
ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día
postrero”, la fe es la llave y Cristo mismo la puerta: “Yo soy la puerta; el
que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Juan
10:9). Entonces no podemos dudar que nuestra salvación o nuestra entrada al
reino de los cielos es por fe en Cristo Jesús. No podemos dudar de una
salvación tan grande y maravillosa, que vino por gracia por medio de la fe en
Jesús, es un regalo que no merecíamos (Efesios 2:8-10). Este es un fundamento y
lo que produce certeza. Si alguien predica otro evangelio está equivocado.
Sin embargo en nuestra naturaleza carnal queremos acercarnos
a Dios mediante obras de nuestra propia justicia: “sabiendo que el hombre no es
justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros
también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y
no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será
justificado.” (Gálatas 2:16). Así que la escritura es contundente, no es porque
profetizamos en su nombre, ni porque echemos fuera demonios, ni tampoco porque
en su nombre hagamos milagros, que somos justificados, finalmente estas también
son obras, muy buenas y todo, pero insuficientes para alcanzar la excelencia
que Dios exige en su santa ley; tampoco son evidencia de un nuevo nacimiento y
de que hemos sido sellados por su Espíritu; solamente por la fe en él somos
hechos hijos de Dios. ¿Dónde queda la jactancia o el orgullo del hombre? queda
desecha, pues toda la gloria, la honra y la alabanza es para Dios que en su
soberanía y gran amor proveyó el Cordero (Génesis 22:8).
Hermanos, un corazón transformado por la fe, de su buen
tesoro interior, mostrará las buenas obras que Dios de antemano preparó para
que andemos en ellas, haciendo su voluntad en todas las cosas. Oración.
«Señor, así como le prometiste al ladrón en el calvario, que
hoy mismo estaría contigo en el paraíso, me acerco a ti para morir juntamente
contigo en la cruz y para resucitar a tu lado, para vivir una vida nueva
relajado del mundo, libre del maligno y apartado del pecado, para gloria del
Padre eterno. En el nombre de Jesús y con el poder de tu Espíritu Santo, amén.