Cristo es mi
Señor
«En aquellos
días, levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y
entró en casa de Zacarías y saludó a Elisabet. Y aconteció que cuando oyó
Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre, y Elisabet
fue llena del Espíritu Santo”. Lucas 1:39-41
“El que cree
en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto
dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no
había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado”.
Juan 7:38-39
María fue a
visitar a su prima, con mucho gozo, para confirmar lo que se le había
anunciado. Cuando María llegó, y saludó a Elisabet, esta mujer fue llena y
controlada por el Espíritu Santo, y la criatura saltó en su vientre. Qué
hermoso sería que cuando nosotros tan sólo saludáramos a alguien esa persona
fuera llena del Espíritu Santo al sentir la presencia de Jesús en nosotros. Sin
embargo, muchos creyentes no están llenos del Espíritu de Dios porque no
conocen al Espíritu Santo y no entienden cómo experimentarlo en su vida diaria.
María era
una mujer de una profunda intimidad con Dios, por eso estaba llena del Espíritu
Santo. No podemos experimentar comunión con Dios si fallamos en depender de su
Espíritu. Muchas veces confiamos en nuestras propias fuerzas para vivir la vida
cristiana y esto nos llevará al fracaso y la frustración. El Señor nos aconseja
a través del apóstol Pablo a vivir por el Espíritu, Gálatas 5:16-17. Ser lleno
del Espíritu Santo es ser dirigido y capacitado por Él, momento a momento.
«Y exclamó a
gran voz: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Por
qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?, porque tan
pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de
alegría en mi vientre. Bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que
le fue dicho de parte del Señor.» Lucas 1:42-45
Elisabet
había creído en Dios y había vivido agradándole. Y ahora, como mujer mayor,
estaba animando a María, su prima más joven. Por eso, en una actitud muy humana
y humilde, con palabras de alabanza le asegura a María el cumplimiento de lo
que Dios le había revelado, a través de Zacarías, que el fruto de su vientre
era el Cristo, el Mesías anunciado. Ese fue un gran estímulo para María, para
acrecentar su fe. La llamó «madre de mi Señor», reconociendo a Jesús como su
Señor y Salvador. El embarazo de María pudo haber parecido imposible, pero su
parienta sabia y anciana creyó y se regocijó.
Que la
presencia del Espíritu Santo nos lleve a rendir el control de nuestra vida al
Señor Jesucristo, a someternos absolutamente a Él, y como Elisabet a rendirle
alabanza y exaltación, a proclamar que Jesucristo es el Señor y a influenciar
la vida de otros para que su fe crezca.
Oración.
«Señor Jesucristo, gracias por haber derramado de tu Espíritu en mi corazón, al creer en ti como dice la Escritura, que de mi interior corren ríos de agua viva, permitiendo que momento a momento dependa del Espíritu de Dios, para experimentar una profunda intimidad contigo, una vida llena y controlada por ti y un deseo intenso de alabarte y confesar que eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente, amén.