sábado, 10 de marzo de 2018

Elías subió al cielo en un torbellino». (2 Reyes 2:11)


«Aconteció que mientras ellos iban caminando y hablando, un carro de fuego, con caballos de fuego, los apartó a los dos, y Elías subió al cielo en un torbellino». (2 Reyes 2:11)

Elías contempló grandes milagros de Dios a lo largo de toda su vida. Pero el más extraordinario sucedió al final de su paso por este mundo, ya que el Señor lo arrebató en un carro de fuego donde ascendió a los cielos en un imponente torbellino. La reforma religiosa estaba prácticamente concluida, los nuevos reyes de Siria e Israel ungidos y Eliseo, su sucesor, llevaba ya en su compañía varios años. El momento de sellar su brillante ministerio había llegado, pero no como él había pedido en Horeb deseando la muerte, sino con toda la gloria que está prometida a los fieles hijos de Dios. Allí, en la soledad de la montaña, la presencia de Dios se manifestó al abatido profeta en el silbo apacible y delicado; esta vez junto al Jordán, a la vista de su siervo Eliseo, en llama de fuego y grande tempestad, anticipando como en una miniatura el glorioso regreso de Jesús a este mundo.

La verosimilitud del hecho no ofrece lugar a dudas. Hubo un testigo que lo vio, Eliseo, y que al ser separado de Elías de tan extraordinaria manera, exclamó: «¡Padre mío, padre mío! ¡Carro de Israel y su caballería! Y nunca más lo vio» (2 Reyes 2: 12). Cincuenta hombres fuertes de los hijos de los profetas lo buscaron durante tres días por todas partes, pero fue en vano. No se volvió a ver a Elías; sin embargo, apareció siglos después en el monte de la Transfiguración junto a Moisés resucitado y a Jesús glorificado. Elías no había muerto, más bien, había sido purificado y revestido de inmortalidad por el fuego divino, arrebatado a los cielos para vivir eternamente, como Pablo dice que ocurrirá en la Segunda Venida: «Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tesalonicenses 4: 17).

Dios, que nunca deja las cosas sin acabar, concedió a Eliseo una doble porción del espíritu de Elías. «Cuando en su providencia el Señor ve conveniente retirar de su obra a aquellos a quienes dio sabiduría, sabe ayudar y fortalecer a sus sucesores, con tal que ellos esperen auxilio de él y anden en sus caminos.
Muy pronto tú y yo seremos trasladados como Elías al reino de los cielos.       Vive hoy con esa esperanza en tu corazón.
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