sábado, 3 de agosto de 2019

¿POR QUÉ JUZGO A OTROS?


SI JESÚS NO NOS JUZGA, ¿POR QUÉ JUZGO A OTROS?
“Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Más esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más”, Juan 8:1-11
 “El que esté libre de pecado que lance la primera piedra”. Alzar mi dedo señalador contra los demás sin examinar primero mi vida, es algo que a Dios no le agrada. Los fariseos y escribas estaban acusando a una mujer de adulterio y la ley judía castigaba este delito con la pena de muerte. Pusieron al Señor Jesucristo a decidir. Si la perdonaba dirían que estaba violando la ley y si la condenaba perdería la reputación de piadoso y amigo de pecadores. Jesús le dio la vuelta al juicio de tal manera que hizo recaer la acusación contra los acusadores. Es tan fácil juzgar el comportamiento de otros, pero tan difícil reconocer nuestros propios errores.
Vivir en condenación después de haber recibido a Cristo es algo absurdo también, pero muy común. La culpa de los errores anteriores nos puede agobiar y no nos deja ver las nuevas criaturas que somos en Cristo. Pero si el mismo Jesús no nos condena, sino que nos ama incondicionalmente ¿quién es el enemigo o quienes somos nosotros para acusarnos? Así mismo debemos ser nosotros con las personas que nos rodean. Amarlos y no condenarlos. El amor es la oportunidad que les damos a otros de transformar sus vidas. Se puede más cuando se ama, que cuando se condena, cuando constantemente recordamos las faltas de otros, se nos olvida que la sangre de Cristo fue suficiente para perdonarlos y liberarlos; estamos fallando al amor y a la compasión con los demás.
Vivamos como Dios quiere, libres de pecado, acusación y preocupación, ayudando a los demás sin juzgarlos, no permitamos que nuestro juicio hacia otros sea más grande que la bendición hacia ellos. Aprendamos de Cristo, cambiemos nuestras actitudes y palabras hacia nuestro prójimo y hacia nosotros mismos. No permitamos que la condenación nos robe el gozo y nos quite lo que ya nos pertenece en Jesús.  Oración.
"Amado Señor, gracias porque me perdonaste y me restauraste con tu amor incondicional, enséñame a amar a los demás y a verlos con tus ojos de misericordia, si tú no condenas yo no tengo porque hacerlo. Haz que mis labios derramen bendición sobre los demás y no condenación. Te alabo porque me libraste y me sanaste con todo tu bien. Amen.  Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
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