martes, 28 de julio de 2020

Doce hombres comunes como nosotros. Parte 2


Doce hombres comunes como nosotros. Parte 2
“Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.” Filipenses 3:4-7
Una persona estrictamente religiosa que está convencida de que su dogma está en lo correcto y que lo defiende con la misma escritura, le falta algo fundamental: nacer de nuevo. Esta misma experiencia la tuvo otro religioso, Nicodemo, y la enseñanza del Señor Jesús fue que tenía que nacer de nuevo para ver el reino de Dios (Juan 3:3-4), porque su entendimiento estaba enceguecido por la religión, tratando de acercarse a Dios mediante las obras de la ley y no mediante la fe en Jesucristo (Gálatas 2:16).
Saulo, también religioso, enceguecido perseguía a la iglesia, un hombre estricto en sus costumbres, pero tuvo un encuentro personal con el Señor Jesús, fue tumbado de su orgullo religioso y estuvo ciego por varios días, hasta que por medio de Ananías, Dios le sanó y fue lleno del Espíritu Santo (Hechos 9:17). Pasó de perseguidor a ser perseguido por causa de aquello que al principio perseguía y de hacer sufrir, a sufrir por amor a aquel que lo salvó de la oscuridad y lo llevó a la luz verdadera, (Gálatas 1:23). El que en otro tiempo perseguía a los que creían en Cristo, ahora predica la fe que en un tiempo quería destruir. (Colosenses 1:13)
Así también nosotros, necesitamos de ese encuentro personal para ser transformados y liberados de la oscuridad de nuestros sentidos, para que sean abiertos nuestros ojos espirituales y podamos entender con claridad la revelación de su poder, gloria y majestad en el conocimiento de Cristo Jesús (Efesios 1:17).
Muchos necesitamos caer del caballo de nuestro orgullo y ser liberados del velo de la religiosidad, para que como Pablo podamos decir “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6).  Oración.
«Gracias mi Señor y Salvador Jesucristo, porque tu luz me hizo caer de mi orgullo y prepotencia, de creerme sabio en mi propia sabiduría, y me llevó a recibir tu amor, que día a día me sostiene y me transforma en una persona nueva conforme a tu carácter. Amén.  Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
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