martes, 24 de octubre de 2023

No seas incrédulo sino creyente

 

No seas incrédulo sino creyente


“Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. Juan 20:24-29

Las apariciones de Jesús resucitado tenían el propósito de efectuar una transición de lo visible a lo invisible, de lo temporal a lo eterno, de lo limitado a lo universal, de lo físico a lo espiritual. En medio de esta situación, el pequeño grupo de discípulos estaba experimentando una transformación: de un grupo temeroso, a ser uno confiado, de ser espectadores, a ser testigos, de ser impotentes, a ser llenos del Espíritu Santo, de ser vacilantes, a tener autoridad en el nombre de Jesús. Por eso la resurrección de Cristo debe marcar la diferencia en nuestra vida; ya no podemos ser los mismos de antes al tener un encuentro con Jesús resucitado.

Juan en este pasaje quiso cumplir dos propósitos. Con la expresión “estando las puertas cerradas”: recordó que el miedo de los discípulos después de la muerte de Jesús no había desaparecido y aclarar que su aparición fue un milagro en sí. Jesús no llamó a la puerta y nadie se la abrió. Solo Juan menciona este detalle y quiere dejar constancia de que Jesús pasó por la puerta cerrada, el cuerpo de Jesús no estaba sujeto a las leyes físicas, pues no era visible ni tangible; sin embargo, Él se hizo visible y tangible para convencer a los discípulos de la realidad de su resurrección.

Mostró sus manos y el costado para asegurarles que era el mismo que había sido crucificado, una prueba inconfundible de su identidad y del cumplimiento de su misión en esta tierra. A partir de ese momento lo reconocen como “su Señor”, digno de toda adoración. La promesa que les había hecho en el aposento alto se había cumplido: Juan 14:18 “no os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.» a partir de ese momento, ellos lo verían y su tristeza se convertiría en gozo.

El gran error de Tomás comenzó por su duda y por su falta de confianza en el testimonio de sus propios compañeros. No debemos olvidar que los otros discípulos que habían creído en la resurrección lo hicieron basados en la evidencia que ellos habían visto personalmente. Parece que ninguno creyó solamente por el testimonio de otros. Pero Tomás es el más exigente, demandando un toque con sus propias manos.

Jesús había sido un oyente invisible de la demanda de Tomás, por eso se concentró en él, como si fuera el único propósito de su visita. Jesús lo desafía a cumplir con lo que quería. En esta ocasión tuvo que enseñar a Tomás que la realidad de Jesús no era sólo espiritual. La fe cristiana no puede basarse enteramente en lo tangible, ni en lo intangible, sino en un sano equilibrio entre los dos. El mandato de Jesús, “no seas incrédulo sino creyente”, traduce un imperativo en el tiempo presente, que enfatiza la terminación de una cosa y el comienzo de otra: “No continúes siendo incrédulo, sino creyente”. Tomás fue convencido de la realidad de la resurrección por la vista, como los otros discípulos, sin haberle tocado. La afirmación “¡Señor mío, y Dios mío! muestra una relación personal de fe, que declara más explícitamente la completa divinidad de Jesús. Esta confesión surge de la profundidad de su alma, mientras que caía de rodillas a los pies del Señor. Tomás fue más allá de la creencia en la resurrección de Jesús, se somete a Él como su Señor absoluto y lo reconoce como Dios mismo.

El Señor nos recuerda que la bienaventuranza que pronunció en esa ocasión, es para nosotros, Jesús estaba mirando hacia adelante, hacia su futura iglesia, a esas personas que tendríamos que creer sin poder ver y pronuncia esa bendición sobre nosotros. Nuestra fe no se basa en señales, sino en el creer lo que su Palabra dice acerca de Él, en todo lo que ha hecho y en todo lo que sigue haciendo y en todo lo que hará, por eso: “No continúes siendo incrédulo, sino creyente.   Oración.

«Señor Jesús gracias por recordarme a través de tu Palabra que independientemente de que esté triste, desesperanzado o asustado, me has dado promesas que derriban mi incertidumbre y me recuerdan que eres un Cristo vivo, que cada día experimento tu presencia a través de tu Espíritu Santo, que no estoy solo porque estás conmigo hasta el fin del mundo, cualquier situación de mi vida está en tus manos. En el nombre de Jesús, amén.   Difundiendo el mensaje de Jesucristo.

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