jueves, 6 de mayo de 2021

Jesucristo nuestra satisfacción

 

Jesucristo nuestra satisfacción


“Y la gente extranjera que se mezcló con ellos tuvo un vivo deseo, y los hijos de Israel también volvieron a llorar y dijeron: ¡Quién nos diera a comer carne! Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos”. Números 11:4-6

Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. Juan 6:51

El ser humano, por naturaleza, siempre está insatisfecho y cada día desea más. Cuando nuestra atención no está en las cosas que tenemos sino en las que no tenemos, sentimos insatisfacción. Esto le sucedió al pueblo de Israel cuando se mezcló con extranjeros y perdieron el enfoque en el Dios poderoso que los había sacado de Egipto y que los estaba sosteniendo sobrenaturalmente, en su travesía hacia la tierra prometida. Parecían haber olvidado lo que ya había hecho y lo que seguía haciendo por ellos, al transformarlos en una nación y al darles una nueva tierra.

Volvieron a mirar hacia atrás, a desear los manjares egipcios, se olvidaron que el peso de la esclavitud egipcia era el precio que pagaron por comer esa comida, fruto de un duro trabajo. Las verduras y el pescado se volvieron más importantes que volver a ser esclavos.

Es increíble que cada mañana los israelitas presenciaban el milagro de la provisión de Dios, un alimento blanco que caía del cielo, pero aun así estaban insatisfechos, dejaban de confiar en el cuidado divino y preferían volver a la esclavitud en vez de mirar hacia delante, a la tierra prometida. Demostrando una y otra vez rebeldía y falta de fe en el plan que Dios tenía para ellos y que los hizo vagar tanto tiempo por el desierto. No apreciaban que, aunque todavía no estaban en ese lugar, eran libres y la Presencia de Dios estaba con ellos día y noche.

Qué tristeza sentir nostalgia por lo que éramos antes de conocer a Cristo y no disponernos para dejarnos tratar por Dios, para disfrutar de la vida abundante que Él nos ofrece, así como el pueblo de Israel que tuvo que pasar por un desierto para alcanzar la tierra prometida; pasar por este proceso, puede traer a nuestra vida momentos de soledad, escasez, angustia, frustración, insatisfacción, pero ese tiempo que permanezcamos allí depende sólo de nosotros. En la medida que seamos agradecidos con Dios, valorando todas las bendiciones que nos da, de la manera en que acrecentamos nuestra fe y entendamos sus propósitos, Él nos impulsará y hará avanzar hacia esa eternidad prometida.

Hoy podemos preguntarnos: ¿estamos agradecidos con Dios por todo lo que nos ha dado y hecho por nosotros, o si nuestros pensamientos están en cosas terrenales que anhelamos? ¿Sentimos que con Dios no tenemos todo lo que queremos y estamos insatisfechos? Cuando perdemos el enfoque, nos centramos en las circunstancias y estamos tan absortos en lo mundano, que no vemos obrar a Dios en nuestra realidad presente y empezamos a quejarnos perdiendo así de vista la eternidad. Oración.

«Amado Dios, hoy quiero darte gracias y valorar todo lo que has hecho por mí, y lo que me has dado; no mirar hacia atrás, porque no es mi pasado de esclavitud el que me llevará al cielo, a una eternidad contigo, sino la extraordinaria provisión tuya, Jesucristo, que es mi maná, el pan de vida que descendió del cielo para satisfacer totalmente mi necesidad espiritual y darme la vida eterna. Amén.   Difundiendo el mensaje de Jesucristo.

¡Hasta lo último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.