domingo, 14 de diciembre de 2014

Hechos 21:40, 22:1-5

Hechos 21:40, 22:1-5


Con el permiso del comandante, Pablo se puso de pie en las gradas e hizo una señal con la mano a la multitud.  Cuando todos guardaron silencio, les dijo en arameo: Padres y hermanos, escuchen ahora mi defensa.  Al oír que les hablaba en arameo, guardaron más silencio.  Pablo continuó: yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad.  Bajo la tutela de Gamaliel recibí instrucción cabal en la ley de nuestros antepasados y fui tan celoso de Dios como cualquiera de ustedes lo es hoy día.  Perseguí a muerte a los seguidores de este Camino, arrestando y echando en la cárcel a hombres y mujeres por igual, y así lo pueden atestiguar el sumo sacerdote y todo el Consejo de ancianos.  Incluso obtuve de parte de ellos cartas de extradición para nuestros hermanos judíos en Damasco, y fui allá con el fin de traer presos a Jerusalén a los que encontrara, para que fueran castigados.


Tal vez te resulte complicado entender lo que estaba pasando por el tipo de contexto.  Hoy en día, no nos dice nada que hablara en arameo o que haya nacido en una ciudad o en otra.  Tampoco tiene mucha presencia el nombre de Gamaliel o si sirvió fielmente al Consejo y tuvo relación con el sumo sacerdote.  La ciudad de Jerusalén era el centro más importante de los judíos.  Era donde se reunían las personas más sabias e instruidas.  De hecho, Gamaliel era considerado uno de los grandes maestros.  Es como si Pablo hubiera estudiado en una universidad como Harvard o alguna otra considerada como de las mejores en el mundo.  Las personas que instruyen en estas universidades, generalmente son líderes de opinión y excelentes eruditos en la materia que imparten.  Después de hablar de su increíble preparación, ahora nos dice lo que hizo y había logrado.  No solo perseguí a los del Camino, seguidores de Jesús, sino que además, logré conseguir cartas para traerlos desde otras ciudades y poderlos juzgar y castigar aquí en Jerusalén.  ¡Increíble!  Por último, no quiero dejar pasar sus primeras palabras: soy judío.  Nunca dejó de considerarse judío.  ¡No tiene sentido que dejara de hacerlo!  Piénsalo.  Todo lo que había aprendido sobre el Mesías se había cumplido.  ¿Por qué habría de cambiar?  El mismo Dios que instruyó a Moisés y a Abraham era el que mandó a su Unigénito.  A nosotros los hombres nos encanta andar poniendo etiquetas y nos olvidamos de la esencia.
Ahora, ¿Los habrá impresionado?  ¡Por supuesto!  Todo lo que estaba diciendo a la multitud les resultaba fácil de entender e identificarse.  Seguro que estaban con la boca abierta escuchando cada palabra que decía.  ¡Al momento que habla en arameo y lo escuchan decir que tenía contacto directo con el sumo sacerdote, debió haber causado sensación!  Puedo ver muy bien ese momento.  Todos mirándolo fijamente y tratando de escuchar cada palabra para ver lo que tendría que decir a su defensa.  ¿Sabes?  Yo estoy convencido que Dios tuvo un plan único con Pablo.  Donde nació.  Donde creció.  Los idiomas que aprendió.  Las personas con las que convivió.  Todo eso tuvo su culminación en este momento.  Pablo pudo utilizar su experiencia pasada para que la multitud pudiera identificarse con él y poder escuchar mejor el mensaje que traía.  De la misma forma, tú y yo hemos tenido experiencias desde nuestra infancia hasta ahora.  ¿De qué sirven?  Bien.  Pues si tienes enfermedades terminales o has perdido a un ser querido, muy probablemente tengas mayor impacto al compartir tu experiencia que alguien que no haya atravesado esas circunstancias.  Si alguien cercano a ti, tiene problemas con adicciones, podrás crear mejor empatía con aquellos que se encuentran en una situación similar.  ¿Lo puedes ver?  Cada detalle de tu vida puede ser utilizada para darle gloria a Dios.  ¿El problema?  Muchas veces no entendemos lo que nos sucede y nos quedamos atorados en el evento sin poder seguir adelante.  No vemos con la perspectiva del Señor.  No vemos cómo utilizar lo que nos pasa para darle gloria.  La gloria a Dios no se da solamente en la abundancia.  Se da de igual forma (o muchas veces es mayor) en la escasez.  Cuando estás triste, abatido y confundido.  Ahí también se da gloria al Señor.  En la iglesia que me congrego, existen muchos ministerios dedicados a causas muy específicas.  Personas que no tuvieron padre o madre.  Mujeres maltratadas o violadas.  Personas de la calle.  Personas en la cárcel.  Personas con adicciones.  Y así la lista es muy grande.  Aunque parezca que nadie puede entender lo que estás viviendo, créeme, hay muchos allá afuera con situaciones similares e incluso más difíciles.  Este es el propósito de tener estos grupos.  Cualquier situación que estés atravesando o hayas atravesado puedes utilizarla para compartir con otros y llevar ánimo y consuelo a los que lo necesitan.  ¿Recuerdas cómo te sentías?  ¿Recuerdas qué difícil era levantarse?  Hay personas allá afuera que están así el día de hoy.  ¿Qué vas a hacer?  ¿Seguir pensando en ti?  ¿Seguir quejándote o cuestionando por qué a ti?  Por qué no dedicas esa energía para servir a Dios llevando amor y consuelo a los que hoy están atravesando momentos difíciles.  ¿Por qué no utilizar tus experiencias para servir a Cristo?  Deja esa carga tan grande que sabes que no puedes con ella.  Deja atrás esas cadenas que no te permiten caminar.  Cristo vino a liberarte y a darte esperanza y una nueva forma de vivir.  La promesa está ahí.  A tus pies.  Lista para que la tomes.  ¿Qué te corresponde?  Decidir por Cristo.  Arrepentirte de tus pecados y reconocer que estás estorbando a Dios.  Te animo a que utilices tus experiencias para amar a tu prójimo y servir así a nuestro Señor.  Estoy convencido que habrá tanta bendición en esto que te preguntarás por qué no lo hiciste antes.
Oración
Señor: perdóname.  Me he quejado.  Te he reclamado.  Te he cuestionado.  Ahora entiendo que estoy atorado y cargando lo que no puedo cargar.  No puedo más.  Toma mi vida.  Toma mis cargas.  Toma mis problemas.  Toma mis corajes y amarguras.  Hoy entiendo que puedo utilizar lo que me ha sucedido para darte gloria.  No quiero seguir quejándome sino comenzar a servirte a través de lo que he vivido.  Pon ánimo, amor y sabiduría en mí para darme cuenta de dónde quieres que vaya para hacerlo.  En Cristo Jesús.  Amén.