domingo, 4 de octubre de 2020

¿Qué más me falta?

 


¿Qué más me falta?

“Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros”. 1 Samuel 15:22

“Al salir él para seguir su camino, vino uno corriendo, e hincando la rodilla delante de él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios. Los mandamientos sabes: No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre. Él entonces, respondiendo, le dijo: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud. Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones”. Marcos 10:17-22

El profeta Samuel nos dice aquí que la obediencia es mejor que los sacrificios. La obediencia se prueba cuando el Señor nos pide algo y estamos dispuestos a obedecer, por encima de nuestros propios intereses, planes y sueños. ¿Somos enseñables?, o ¿somos arrogantes, pensando que lo sabemos todo y que no necesitamos el consejo y la guía de Dios? Es muy difícil enseñar a un espíritu orgulloso, en cambio un espíritu humilde siempre está dispuesto a aprender y a dejarse moldear.

En la historia de hoy vemos a un joven rico, un hombre que confiaba en sí mismo y en sus propios recursos, razón por la que rechazó a Cristo. Había estado cumpliendo los mandamientos de la ley de Dios y llevaba una vida moral ejemplar, sin embargo, cuando Jesús le dijo lo que tenía que hacer además de esto, no le gustó. Y eso, que se lo dijo con todo el amor: “Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta”, la cosa que le faltaba era un corazón rendido al Señor, ya que las riquezas ocupaban el primer lugar en su corazón y lo apartaban de la verdadera devoción a Dios. ¿Hasta qué punto era capaz de amar a su prójimo tal como Jesús se lo estaba pidiendo?: “Anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo”.

Lo que le faltaba era la salvación, o como él lo expresa, «la vida eterna». Y ¿de qué sirve ganar el mundo entero si se pierde el alma? ¿De qué pueden servir todas las cosas que podamos tener en esta vida si no las podemos disfrutar más allá de la muerte?

Qué difícil es obedecer los propósitos de Dios cuando tenemos nuestros ojos puestos en lo terrenal. Cuando Dios nos pide rendirnos completamente a Él, a veces no es lo que queremos oír, pero sí lo que necesitamos oír y que quizás no nos gusta, porque implica renunciar a nuestro ego, tiempo, posesiones, planes y hasta apartarnos de otras personas que se interponen en nuestro crecimiento espiritual y en los planes divinos; pero es la única manera de aprender la obediencia que tiene el poder de transformar nuestra vida para la gloria de Dios.

Si todavía nos sentimos inseguros de nuestro destino eterno, perturbados, sin paz en el corazón y llenos de ansiedad, debemos hacernos la pregunta: ¿qué más me falta?    Oración.

«Señor Jesús, gracias por permitirme creer en ti, estoy dispuesto a obedecerte. Quiero rendir mi vida totalmente, entendiendo que lo que tú me pides es lo mejor para mí. Tomaré mi cruz para darle muerte a todo lo que te ofende y no te agrada de mí, muéstrame lo que me falta para poder seguirte y enséñame a hacer tu voluntad. Ayúdame a amarte a ti y a mi prójimo. Amén.  Difundiendo el mensaje de Jesucristo.

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