sábado, 17 de julio de 2021

El camino al lugar Santísimo

 


El camino al lugar Santísimo

“así dispuestas estas cosas, en la primera parte del tabernáculo entran los sacerdotes continuamente para cumplir los oficios del culto; pero en la segunda parte, sólo el sumo sacerdote una vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo; dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie.” Hebreos 9:7-8

En el Antiguo testamento, antes de la venida de nuestro Señor Jesucristo, existía un santuario terrenal llamado el Tabernáculo, que tenía dos partes principales; la primera, se llamaba el lugar Santo, donde los sacerdotes de la época realizaban continuamente los oficios del culto; y la segunda, que estaba posterior a la primera, se llamaba el Lugar Santísimo, en el cual únicamente el sumo sacerdote podía entrar una vez al año con sangre de machos cabríos o de becerros para ofrecer sacrificio por sus pecados y los pecados del pueblo; entonces, lo que esto significa es que mientras existiera esta primera parte del tabernáculo no había camino libre al lugar Santísimo, puesto que ahí se manifestaba la presencia santa de Dios y no cualquiera podía ingresar, sólo la persona que Dios designaba y de la forma que Él había ordenado.

Pero dice la Palabra de Dios, que Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, entró en el santuario o tabernáculo, no hecho de mano, sino en el cielo mismo, para presentarse por nosotros ante Dios y por su propia sangre entró una vez y para siempre en el Lugar Santísimo, ofreciéndose a sí mismo como el sacrificio por nuestros pecados (Hebreos 9:12, 24, 26), obteniendo de esta manera nuestra eterna redención y santificación (Hebreos 10:10).

Es decir, que el velo se rasgó, el camino se abrió y hoy nosotros los creyentes tenemos toda la libertad para entrar por medio de Jesucristo a la presencia de Dios, al Lugar Santísimo; ya no hay más sacrificios por los pecados, ni más intermediarios, porque en la casa de Dios está nuestro Sumo Sacerdote para interceder por nosotros (Hebreos 7:25). Así que, sin temor ni culpa, acerquémonos a Dios con total confianza, con corazón sincero, creyendo firmemente en su pacto y en la esperanza que nos ha dado, porque fiel es Él, quien nos prometió y ha dicho que nunca más se acordará de nuestros pecados ni transgresiones (hebreos 10:17).     Oración.

«Papito Dios, tu misericordia es infinita, tu amor traspasa todo; siendo aún pecador, Cristo murió por mí. Eres Dios de pactos, eres fiel, confío en tu Palabra y te doy gracias por tu Espíritu que me enseña cuán grandes cosas has hecho por mí. Te pido, Padre de la gloria, me permitas continuar disfrutando de tu Presencia, de tus bondades y tus promesas, en Cristo Jesús, Amén.     Difundiendo el mensaje de Jesucristo.

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