miércoles, 30 de mayo de 2012

1 DE JUAN. 3.3-10.Los hijos de Dios



1 DE JUAN. 3.3-10.Los hijos de Dios saben que su Señor es de ojos muy puros que no permiten que nada impío e impuro habite en Él. La esperanza de los hipócritas, no la de los hijos de Dios, es la que permite la satisfacción de deseos y concupiscencias impuras. Seamos sus seguidores como hijos amados, mostrando así nuestro sentido de su indecible misericordia y expresemos esa mentalidad humilde, agradecida y obediente que nos corresponde.
El pecado es rechazar la ley divina. En Él, esto es, en Cristo no hubo pecado. Él asumió todas las debilidades, pero sin pecado, que fueron consecuencias de la caída, esto es, todas esas debilidades de la mente o cuerpo que someten al hombre a los sufrimientos y lo exponen a la tentación. Pero Él no tuvo nuestra debilidad moral, nuestra tendencia al pecado.
El que permanece en Cristo no practica habitualmente el pecado. Renunciar al pecado es la gran prueba de la unión espiritual con el Señor Cristo, y de la permanencia en Él y en su conocimiento salvador. Cuidado con engañarse a uno mismo. El que hace justicia es justo y es seguidor de Cristo, demuestra interés por fe en su obediencia y sufrimientos. Pero el hombre no puede actuar como el diablo y ser, al mismo tiempo, un discípulo de Cristo Jesús. No sirvamos ni consintamos en aquello que el Hijo de Dios vino a destruir. Ser nacido de Dios es ser internamente renovado por el poder del Espíritu de Dios. La gracia renovadora es un principio permanente. La religión no es un arte, ni asunto de destreza o pericia sino una nueva naturaleza. La persona regenerada no puede pecar como pecaba antes de nacer de Dios, ni como pecan otros que no son nacidos de nuevo. Existe esa luz en su mente que le muestra el mal y la malignidad del pecado. Existe esa inclinación en su corazón que le dispone a aborrecer y odiar el pecado. Existe el principio espiritual que se opone a los actos pecaminosos. Y existe el arrepentimiento cuando se comete el pecado. Pecar intencionalmente es algo contrario a él.
Los hijos de Dios y los hijos del diablo tienen sus caracteres diferentes. La simiente de la serpiente es conocida por su descuido de la religión y por su odio a los cristianos verdaderos. Sólo es justo ante Dios, como creyente justificado, el que es enseñado y dispuesto a la justicia por el Espíritu Santo. En esto se manifiestan los hijos de Dios y los hijos del diablo. Los profesantes del evangelio deben tomar muy a pecho estas verdades y probarse a sí mismos por ellas.