El camino a la exaltación
“Haya, pues, en
vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma
de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se
despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz”, Filipenses 2:5-8
Nuestro Señor Jesús, descendió a lo sumo; primero se despojó
de su riqueza “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que
por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su
pobreza fueseis enriquecidos.” (2 Corintios 8:9). Se despojó de sus
privilegios, pues siendo Dios y pudiendo ejercer su poder, se sometió en
completa obediencia a su Padre: “Porque yo no he hablado por mi propia cuenta;
el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que
he de hablar.” (Juan 12:49).
Esto también lo podemos ver cuando fue traicionado y fueron a
apresarlo; uno de sus discípulos trató de defenderlo con su espada y Jesús le
dijo: “¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría
más de doce legiones de ángeles?” (Mateo 26:53). Entendemos, que si el Señor
hubiera querido defenderse, en obediencia le pediría a su Padre, en oración,
estas legiones de ángeles, pero no lo hizo para que se cumpliera la escritura,
para hacer la voluntad de su Padre y tomar la posición de siervo. Todo esto
demuestra que siendo Dios, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte, y la peor muerte de todas, la cruz.
Miremos hasta donde descendió Jesús, para luego ser exaltado
hasta lo sumo. Pero, miremos hasta donde tenemos que descender nosotros, para
hallar el camino de la exaltación para gloria de su nombre, no de nosotros.
La próxima vez que se nos ofenda o se nos humille, recordemos
que se está humillando al viejo hombre, que debe seguir descendiendo hasta que
la vida de Cristo resucitado se haga manifiesta en nosotros; así que no tenemos
por qué contestar con ira, ni demos lugar a que el viejo hombre se defienda,
pues éste está viciado y debe quedar en la cruz. Lo mejor es que manifestemos a
Cristo, en la nueva naturaleza que hemos recibido, para que Él crezca y
nosotros mermemos.
La vida de Cristo manifiesta en nosotros no permitirá que
contestemos con ira, no se llenará de orgullo, ni de venganza, tampoco se
sentirá frustrado o lleno de motivos; solo responderá con amor, mirará con
compasión, resistirá con carácter y tendrá dominio propio, para no dejar que su
humanidad pida a Dios algo que haga daño a quienes mejor debe salvar o dar
ejemplo.
Esa nueva naturaleza en nosotros, esta nueva realidad de Cristo
en nosotros, debe ser revelada por el Espíritu para que la entendamos, pero
está en todos los que hemos recibido a Cristo, a disposición; no demoremos
entonces en usar las riquezas de su gracia con las que hemos sido enriquecidos,
tomando el camino a la exaltación que es el camino descendente: “Porque el que
se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” (Mateo
23:12). Oración.
«Padre, unido a Cristo ya no vivo yo, por tu Espíritu
revélame profundamente esta nueva vida que tengo en Él, para que mi viejo
hombre sea crucificado, pueda entonces reflejar en mí los atributos de Cristo,
su amor, su paciencia, todo el fruto de tu Espíritu, para gloria de tu nombre,
en el precioso nombre de Jesús, amén.