sábado, 28 de julio de 2012

LA UNCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO


LA UNCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO
 

Dice en Hebreos 10.1 que las cosas que sucedieron antes en la Antigua Dispensación fueron nada más sombra de las venideras; las cuales son la imagen misma y verdadera. Al hablar pues, en esta ocasión, sobre la unción del Espíritu Santo, bueno sería que viéramos en el Antiguo Testamento referente a ello.
Leemos en Exodo 40.9-11 del ungimiento del tabernáculo, el altar de los holocaustos y de los utensilios y enseres usados y claramente dice que el propósito de ungirlos con aceite era para santificarlos; el aceite siempre se ha usado en la Escritura como símbolo del Espíritu Santo. También leemos en Exodo 40.13 que los sacerdotes también eran ungidos en la misma forma y con el mismo propósito; lo que significa su consagración por siempre del altar de Dios. Unción es pues, símbolo de santificación y consagración. También leemos en 1 Reyes 1.34 que a los reyes se les ungía para que pudieran desempeñar sus funciones reales en armonía con los mandatos de Dios. Así ellos eran también consagrados y santificados.
En el Nuevo Testamento tenemos la misma institución, con la diferencia de que ahora es Dios quien unge, no con aceite, sino con el Espíritu Santo. Cristo nuestro divino Redentor, siendo Rey y Sacerdote, dice la palabra que también fue ungido pero, por supuesto, no con aceite material, figura nada más, sino con el Espíritu Santo, real y verdadero santificador. Su unción tuvo lugar a la hora de su bautismo. (Lucas 4.18; 4.27; 10.38)
Dice en 1 Pedro 2.5-6 que en esta nueva dispensación de la gracia nosotros los cristianos somos sacerdotes santos; y en Apocalipsis 1.6 dice que además de sacerdotes somos reyes también. Viendo nuestra pequeñez e insignificancia esto parecerá increíble, pero es Dios quien nos dice y nosotros no lo dudamos ni por un instante; sino al contrario, le agradecemos humildemente alabando y glorificando su santísimo nombre.
Como Cristo, nosotros pues, para desempeñar estos dos ministerios necesitamos ser ungidos con el Espíritu Santo para separarnos, consagrarnos y santificarnos. Esto sucede al momento de ser sepultados en las aguas de bautismo para perdón de nuestros pecados (Hechos 2.38). Al recibir al Espíritu Santo en ese momento, somos ungidos para el servicio en la obra del Señor.
Para nuestro ministerio necesitamos sabiduría de lo alto pues Satanás estará luchando para hacernos caer en el error y la mentira, como a Himeneo y Fileto (2 Timoteo 2.17-18). Dice la palabra de Dios en 1 Juan 2.20-27 que nosotros, teniendo la unción del Espíritu Santo, conocemos todas las cosas; es decir que el Espíritu Santo con su poder, nos hará entender y obedecer lo que nos dice Dios a través de su santa palabra. En los versículos 18 y 19 vemos que aquellos que no acogieron ni estimaron la unción se apartaron de la verdad. "Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros". El Señor había prometido que cuando viniera el Espíritu Santo, nos guiaría a toda la verdad, que hablaría todas las cosas que oiría (del Padre y del Hijo) y esas cosas serían las que nos habría de enseñar. "El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os hará saber", dijo el Señor (Juan 16.13-14). Ciertamente, el Espíritu Santo vino para glorificar a Cristo. El no se glorifica a sí mismo. Glorifica al Hijo de Dios.
Por eso, usted y yo conocemos al Señor; por eso sabemos y entendemos su mensaje y su plan de salvación; por eso llegamos a la obediencia y fuimos bautizados para perdón de nuestros pecados, por medio de la sangre preciosa de nuestro divino Salvador y recibimos el Espíritu Santo, nuestro Consolador y Santificador; y por eso, ahora habiendo sido ungidos, entendemos qué es lo que nos manda a través de su divina palabra y hemos sido consagrados para trabajar en su obra. La unción del Espíritu Santo nos dará la capacidad y mansedumbre, si nos dejamos guiar por El. Sólo así cumpliremos cabalmente al ministerio que el Señor nos ha dado. Gracias damos a nuestro Padre Celestial, en el nombre bendito de su Hijo por habernos ungido con el Espíritu Santo. Amén