martes, 14 de septiembre de 2010

Pasaje clave: Romanos 8:1.

Pasaje clave: Romanos 8:1.



La culpa tienen el poder de frenarnos y enfocarnos en lo peor de nosotros mismos. Aún así no toda culpa es la misma culpa y no toda culpa tiene el mismo origen. Te mostraré a continuación qué son las culpas reales y cómo tratar con ellas.

Romanos nos enseña que “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”, ¡y tú y yo estamos en Cristo!, entonces… ¿por qué nos sentimos condenados?

La culpa real es producida por el pecado. Donde hay pecado hay culpa. Siempre es así.

¿Por qué? Porque el pecado es rebeldía contra Dios. Es hacer lo que nos parece mejor sin importarnos su voluntad. Como el pecado es algo real, la culpa que sentimos cuando pecamos también es real. Transgredimos su ley, pecamos contra su santidad, y lo sabemos.

Sin embargo, hay un aspecto positivo en esta culpa: actúa como señal de alarma para mostrarnos que nos hemos equivocado.

Sólo hay una forma de tratar con la culpa real:

Confiesa específicamente tus pecados. Uno por uno (Proverbios 28:13).

Cada pecado es individual y debe ser confesado individualmente.

¿Robaste? Confiesa el pecado de robo.

¿Tuviste celos? Confiesa el pecado de celos.

¿Maltrataste? Confiesa el pecado de maltrato.

Y luego renuncia a cada uno de ellos en el nombre de Jesús. La señal de la renuncia es confesárselo primero a Dios y luego hablar con un hermano maduro para que ore por tu vida desatando cualquier tipo de atadura espiritual (Stg.5:16).

Pero la confesión y la renuncia también incluyen “restitución”. Haz restitución cuando sea necesario (Mateo 5:23-24).

Si robaste, devuélvelo.

Si agrediste públicamente pide perdón públicamente.

Si rompiste algo, repáralo o cómpralo nuevo.

Si vendiste lo que no era tuyo, recupéralo.

Esto es restitución.

Confesión y renuncia te harán libre de esta culpa real. Piénsalo.