miércoles, 17 de abril de 2019


LA CEGUERA DEL ORGULLO. PARTE 2
El malo, por la altivez de su rostro, no busca a Dios; no hay Dios en ninguno de sus pensamientos. Sus caminos son torcidos en todo tiempo; tus juicios los tiene muy lejos de su vista; a todos sus adversarios desprecia. Dice en su corazón: No seré movido jamás; nunca me alcanzará el infortunio. Llena está su boca de maldición, y de engaños y fraude; debajo de su lengua hay vejación y maldad”, Salmo 10:4-7
El orgullo es un obstáculo para buscar a Dios. La Biblia nos muestra cómo los orgullosos están tan llenos de sí mismos que sus pensamientos están lejos de Dios. Este orgullo es lo opuesto al espíritu de humildad que Dios busca: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.” (Mateo 5:3). Los “pobres de espíritu” son personas que reconocen su miseria espiritual cuando están sin Dios, y reconocen su pobreza total ante el Señor, o, en otras palabras, reconocen su total bancarrota espiritual. Los orgullosos, por otra parte, están tan cegados por su soberbia, que creen que jamás serán quitados, que nunca el infortunio los alcanzará y piensan que no tienen necesidad de Dios.
La Escritura nos habla acerca de las consecuencias del orgullo y dice: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu. Mejor es humillar el espíritu con los humildes, que repartir despojos con los soberbios.” (Proverbios 16:18-19). Satanás fue echado del cielo por su orgullo. Él tuvo la intrepidez de intentar reemplazar a Dios mismo como el legítimo gobernante del universo. Pero Satanás fue destituido del cielo y será lanzado al abismo del infierno en el juicio final. Para aquellos que se levantan desafiantes contra Dios, no les espera nada más que la ruina, “Porque yo me levantaré contra ellos, dice Jehová de los ejércitos” (Isaías 14:22a).
Es tan clara la Palabra de Dios cuando describe las características del hombre de nuestro tiempo: la presunción de su prosperidad y su autosuficiencia, por lo tanto, no siente ninguna necesidad de Dios.
Hermano, examinemos nuestro corazón, autoevaluémonos en comparación con la persona del Señor Jesucristo, él dijo: “…aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. ¿Será que nuestro comportamiento revela en nosotros la mansedumbre y humildad de Jesús?                 Oración.
Padre Amado, me acerco a ti con un corazón contrito y humillado, reconociendo que tu grandeza, soberanía, honra y gloria son tuyos. Revélame si hay en mí rastros de altivez, y te ruego me ayudes a conducirme con humildad y mansedumbre. Te amo Señor Jesús, amén.            Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.
Géiser Strokkur