jueves, 30 de mayo de 2024

Campo espiritual con buena tierra

 

Campo espiritual con buena tierra


«Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno.» Mateo 13:8

Pedro y Pablo creyeron en Cristo y en su palabra, creyeron que, si Cristo decía que ellos eran renovados, entonces esto era cierto y debían comenzar a vivir conforme a tal renovación (1 Corintios 6:11). Ahora, ¿nosotros creemos esto, que ya hemos sido lavados, santificados, justificados y que ya somos como esa buena tierra que puede dar fruto? Si ya hemos sido renovados por nuestra fe en Jesucristo, entonces debemos entender que desde el mismo momento en el que le recibimos somos como esa buena tierra que da fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta y cuál a treinta por uno; el fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22-23)

Nuestra vida debería estar llena del fruto del Espíritu Santo, como la de Jesús, quien vivía dando fruto a los que le rodeaban y esto era notable, no tenía que dibujar o graficar cómo estaba su campo espiritual, porque era evidente; muchos lo admiraban por su integridad y autoridad pues Él no solo era de los que hablaba del amor, gozo, paz, y de todo el fruto que lo compone, sino que también lo demostraba, más que expresar palabras VIVÍA conforme a este fruto. Su campo espiritual me lo imagino como un campo espectacular, lleno de miles de árboles frondosos, con pastos delicados, fuentes de agua, montañas grandes, diversas flores, un campo espiritual lleno de fruto.

Ahora, ¿Cómo está nuestro campo espiritual? Seguro es difícil plasmarlo de manera objetiva y realista pues pensaremos que tenemos el mejor, pero la palabra dice que: «Por sus frutos los conoceréis.» (Mateo 7:16a) pues esos frutos no se pueden camuflar, ni disfrazar, son evidentes en: Nuestras palabras (Lucas 6:45), pensamientos (Proverbios 23:7ª), gestos o expresiones (Proverbios 15:13a), y por supuesto en nuestras acciones (Mateo 7:18).

Hermanos, recordemos que por la obra de Jesús ya somos una buena tierra, solo permitámosle  a nuestro sembrador (Jesús) que siga depositando su palabra en nosotros.  Oración.

«Señor, gracias por renovarme y darme un nuevo corazón, ese corazón es como esa tierra fértil que al momento de recibir tu palabra produce un fruto abundante, que permanece para siempre.