domingo, 17 de septiembre de 2017

En las manos de Dios lo que se planea para mal puede llegar a ser un bien


En las manos de Dios lo que se planea para mal puede llegar a ser un bien

José se ató a la columna de esta promesa y fue fiel a ella toda su vida. Nada en su historia pasa por alto la presencia del mal. Al contrario. Manchas de sangre y huellas de lágrimas yacen por doquier. El corazón de José fue maltratado en carne viva con ruda deslealtad e injusticia. Pero, una vez tras otra, Dios lo rescato del dolor. La túnica de la discordia se transformó en una de la realeza. El foso, en palacio. La familia dividida se volvió a unir. Todos los intentos por destruir al siervo de Dios terminaron fortaleciéndolo.

“Ustedes trataron de hacerme mal”, les dijo a sus hermanos, usando un verbo que en hebreo relaciona su significado con “tramaron” o “trenzaron”. “Ustedes tejen el mal”, les dijo, “pero Dios lo reteje y lo convierte en bien”.

Dios, el Maestro Tejedor. Toma los hilos y entremezcla los colores, las hebras toscas con las de terciopelo, los dolores con las alegrías. Nada está fuera de su alcance. Los reyes, los tiranos, el tiempo y cada molécula obedecen sus órdenes. Él pasa a través de las generaciones y, a medida que avanza, va tomando forma el diseño. Satanás teje; Dios reteje.

Y Dios, el Maestro Constructor. Este es el significado de las palabras de José: “Dios lo tornó en bien, para que sucediera como vemos hoy”. La palabra hebrea utilizada aquí como tornó es un término usado en construcción. Describe un proyecto o trabajo de edificación.

Dios como Maestro Tejedor, Maestro Constructor, redimió la historia de José. ¿Podría también redimir la tuya?

Saldrás de esta. Temes no lograrlo. A todos nos pasa. Tememos que la depresión nunca nos dejará, los gritos nunca terminarán, el dolor jamás se irá. Aquí, en el foso, rodeado por paredes escarpadas y unos hermanos furiosos nos preguntamos: ¿se pondrá brillante alguna vez este cielo gris? ¿Dejará de ser tan pesada esta carga que tengo encima? Nos sentimos atorados, atrapados, acorralados. Predestinados al fracaso. ¿Saldremos alguna vez de este hueco?

Como ocurrió con Daniel en el foso de los leones, con Pedro en la cárcel, con Jonás en el estómago del pez, con David amenazado por Goliat, con los discípulos en medio de la tormenta, con los leprosos y su enfermedad, con las dudas de Tomás, con Lázaro y su tumba, y con Pablo y sus prisiones, Dios también nos librará a nosotros.

No será sin dolor: No necesariamente. No en esta vida. Lo que sí ha prometido es retejer tu dolor para un propósito superior.

No será de un día para otro: José tenía diecisiete años cuando sus hermanos lo abandonaron. Tenía por lo menos treinta y siete cuando volvió a encontrarse con ellos. Y tuvo que pasar otro par de años antes que viera a su padre. A veces, Dios se toma su tiempo. Ciento veinte años preparando a Noé para el diluvio, ochenta años preparando a Moisés para su trabajo. Dios llamó al joven David para que fuera rey, pero lo devolvió al campo a seguir cuidando ovejas. Llamó a Pablo para que fuera apóstol, y luego lo aisló en Arabia por casi tres años. Jesús estuvo en la tierra por tres décadas antes que hiciera algo más que una mesa de cocina. ¿Cuánto tiempo irá a tomar contigo? Puede tardarse. Su historia se cuenta no en minutos, sino en lo que dura una vida.

Pero Dios usará tus problemas para bien: Permíteme aclarar algo. Tú eres una versión de José en tu generación. Representas un reto para el plan de Satanás. Tienes algo de Dios dentro de ti, algo noble y santo, algo que el mundo necesita: sabiduría, amabilidad, misericordia, recursos. Si Satanás logra neutralizarte, podría desbaratar tu influencia.

La historia de José está en la Biblia por esta razón: para enseñarte a confiar en que Dios supera el mal. Lo que Satanás intenta para mal, el Maestro Tejedor—y Maestro Constructor—lo redime para bien.

Quizás haya sido José el primero en decirte que la vida en el foso apesta. Pero pese a toda esa inmundicia, ¿no representa el foso mucho más? Te obliga a mirar hacia arriba. Alguien desde allá habrá de bajar para tenderte la mano. Dios lo hizo con José. En el momento preciso, en el minuto exacto, hará lo mismo contigo.