miércoles, 17 de marzo de 2010

¿Está dispuesto usted?

¿Está dispuesto usted?

Heme aquí, envíame a mí.

Isaías 6:8

Dios quiere un corazón dispuesto en el momento y en el lugar señalados que oiga sus órdenes. También quiere un corazón lleno de la verdadera adoración. Todo el afecto y el pensamiento del creyente deben ponerse en Cristo. Todas sus metas se dirigen a Él. Él es suyo en definitiva.

¿Está dispuesto usted? ¿Es un adorador? ¿Es su propósito en la vida concentrarse en la persona de Cristo? El tener esa actitud significa estar controlado por el Espíritu Santo, que es el único que puede hacer que usted llame a Jesús Señor (1 Co. 12:3). Todos sus bienes, todo su tiempo, toda su energía, todo su talento y todos sus dones deben estar controlados por Él.

Eso también significa estar concentrado en la Palabra porque es en la Palabra donde se ve a Cristo. Se mira su gloria en la Palabra. Así como Cristo vino al mundo para dar su vida a fin de atraer a las personas hacia sí mismo, usted debe hacer lo mismo. Toda autoridad

Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.

Mateo 28:18

Antes de que Cristo presentara la Gran Comisión, de hacer "discípulos a todas las naciones", había establecido su autoridad divina para darla. De otro modo, habría parecido imposible de cumplir la orden.

Mientras los discípulos siguieron a Jesús durante tres años y medio, aprendieron mucho de su autoridad. Les mostró que tenía autoridad sobre la enfermedad (Mt. 4:23) y la muerte (Jn. 11:43-44). Él les dio a sus discípulos el mismo poder que Él tenía para vencer a la enfermedad y a los demonios (Mt. 10:1). Estableció que tenía la autoridad de perdonar pecados (Mt. 9:6) y de juzgar a todos los hombres (Jn. 5:25-29). Y probó que tenía la autoridad de dar su vida y volver a tomarla (Jn. 10:18).

La sumisión a esa absoluta autoridad de Cristo no es una opción; es su obligación suprema. ¿Necesita un Milagro?

Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él.
Juan 2:11
Una pareja se sienta en extremos opuestos del sofá, cada uno de ellos sólo. Lo que en un tiempo fue un matrimonio vivo se ha degenerado en algo que ninguno de ellos jamás se propuso. Se aman, pero ambos saben que restaurar el matrimonio que una vez tuvieron exigiría un milagro.

Felizmente para ellos, y millones como ellos, un milagro no es nada imposible para nuestro Dios. Es más, el primer milagro de Jesús anotado en las Escrituras fue realizado en una casa y durante una boda (Juan 2:1-11). Fue por invitación a la misma ceremonia en donde se establece el matrimonio; recordatorio para nosotros de que Dios se interesa muy profundamente por las familias.

Si no tenemos cuidado podemos pensar que Dios ha abandonado por completo la institución del matrimonio y la importancia del hogar. Apabullados por las estadísticas de fracasos matrimoniales, muchas parejas se olvidan de quién fue el autor de la relación matrimonial, para empezar.

¿Necesita su hogar un milagro? Invite a Cristo a cada habitación. Hágale el cimiento de cada relación personal que se cultiva dentro de sus paredes. Como el agua convertida en vino en las bodas de Caná, el poder de Cristo puede transformar las heridas en armonía.