miércoles, 17 de abril de 2013

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Demostración gratuita


Demostración gratuita   La palabra final de que haya o no evidencias de nuestro llamado al ministerio, la debe tener el Padre.
Versículo: Marcos 2:1-12 Leer versículo

Los escribas se mostraron indignados de que Cristo hubiera pronunciado el perdón de pecados para el paralítico. Claramente los caminos de Dios son escandalosos para aquellos que andan en la carne. La vida en el Espíritu siempre está en conflicto con las estructuras y la sabiduría de nuestra mentalidad humana. En infinidad de ocasiones he visto a diferentes personas en la iglesia efectuando indignadas denuncias contra enseñanzas o prácticas que «no son de Dios», como si los caminos de nuestro Señor fueran lógicos y fáciles de entender. La verdad es que la mayoría de las veces él actúa en forma inesperada y hacemos bien en guardar silencio, buscando que el Espíritu traiga luz sobre aquello que no entendemos. Nuestro peor error es el del juicio acelerado, cayendo en el pecado de los doctores de la ley, de quienes Pablo afirma que «no entienden ni lo que hablan ni lo que afirman» (1 Tim 1.7)

Cristo percibió las dudas que tenían muchos de los presentes y creía necesario una demostración adicional de su investidura como hijo de Dios.
Por otro lado, observamos, de nuevo, en todos aquellos que son religiosos, la tendencia a guardar las formas, ejerciendo un cuidado excesivo de no dar de «que hablar». Los escribas claramente condenaban las prácticas de Jesús, pero aún no se animaban a hacerlo en forma pública. De todos modos, es bueno que recordemos que los pensamientos secretos de nuestro corazón no están ocultos a los ojos de Dios. Es lo mismo que las pensemos en secreto o que las digamos en voz alta, pues él todo lo ve y todo lo conoce. En nuestra búsqueda de la santidad debemos, eventualmente, trasladar nuestra mirada a lo que está pasando dentro del secreto de nuestro corazón. Los pensamientos de crítica, condena y rencor afectan nuestra vida y nuestro testimonio, eventualmente tornándose visibles aunque nuestro comportamiento externo sea impecable. Cristo «escuchó» el juicio de los escribas tan claro como si lo hubieran pronunciado con palabras. ¡Tal es la ventaja del ministro que camina de la mano del Espíritu!

Jesús en muy pocas ocasiones proveyó una demostración visible de su autoridad, prefiriendo descansar en el respaldo del Padre. Es una señal de un liderazgo débil el que nos sintamos obligados a proveer «evidencias» de nuestro llamado. Pablo lo hizo en la segunda carta de Corintios, pero calificó su acción como un «poco de insensatez» (2 Cor 11.1; 12.11). No obstante, existen momentos en los cuales tal demostración es necesaria. Así aconteció con la iglesia naciente, donde Dios proveyó con el caso de Ananías y Safira una dramática demostración de la autoridad que descansaba sobre los apóstoles (Hechos 5). Quizás Cristo percibió las dudas que tenían muchos de los presentes y creía necesario una demostración adicional de su investidura como hijo de Dios. Entendemos, de todos modos, que la palabra final en esto, como en todas las cuestiones relacionadas al ministerio, la debía tener el Padre.

Lea, una vez más, el dramático final de esta historia. ¿Cuál fue el resultado del encuentro? ¿Qué efectos secundarios tuvo este incidente? ¿Qué lecciones nos deja a nosotros el relato?