viernes, 24 de mayo de 2013

Una cuestión de tiempo

Una cuestión de tiempo

“Porque tú formaste mis entrañas; me hiciste en el seno de mi madre. Tus ojos vieron mi embrión, y en tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos. Salmos 139:13,16
“¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que lo cuides? “Salmos 8:5

Ante la pregunta del salmista la misma Biblia nos contesta que fue hecho un poco menor que los ángeles, obra de las manos de Dios, le es dado el señorear sobre toda creación, “todo lo has puesto bajo sus pies” (Salmos 8:6)

El hombre es un ser único, diferente de cualquier otro ser. Menor que Dios y mayor a todo lo creado, ocupa un lugar especial e inigualable en la creación
¿Alguna vez te has preguntado por qué es tan importante para Dios el ser huma no?
“Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26)

De todas las criaturas de la creación sólo el hombre es imagen y semejanza de Dios.
El Salmo 139 nos habla de la relación de Dios con su criatura desde el primer momento, nos da idea desde cuando Él nos considera personas y cómo está involucrado en nuestra formación.

Diseñados en su mente divina, nos forma en el seno materno, sus ojos contemplan nuestro cuerpo en gestación mientras escribe cada uno de nuestros días, aunque ninguno de ellos aún existe, ¡Él ya los vislumbra en su mente!

Es maravilloso conocer el detalle del cuidado y la dedicación que Dios se ha tomado para formarnos a cada uno de nosotros. Al mirar el rosto de nuestros hijos no podemos hacer más que alabarle porque son obra concebida en su mente, producto directo de sus manos.

Para cada ser humano Dios ha elegido además un tiempo y un lugar para que vivan sus días. (Hechos 17:26) Una vez diseñados, Dios agrega el componente de espacio y tiempo. Contemplados en un plano atemporal los seres humanos somos todos iguales. Detrás de las arrugas de un anciano, del vigor de un joven, de la inocencia de un niño, de la ternura de un bebé, de los latidos de un embrión en el vientre materno, encontramos en esencia al mismo ser, creado a su imagen y semejanza divina, dotado de alma, producto de la mente inescrutable de Dios.

La sociedad de hoy quiere hacernos creer que esto no es así, de hecho convivimos en una sociedad que margina a los viejos e ignora la existencia de la forma más pequeña de vida humana.

Así como la gran mayoría de los productos que se comercializan apuntan a un mercado de público joven y adulto, pues los ancianos no son clientes rentables, nos hemos permitido pensar que algunos seres humanos son más valiosos que otros, al punto de tomar en nuestras propias manos la decisión de interrumpir una vida.

Pensar que una vida tiene más valor que otra es erróneo.
Ponerle fin a los días de un ser que recién comienza a vivir la historia diseñada por Dios para él no puede tener por pretexto el querer vivir la propia de la manera más “conveniente”. Aunque no podamos verlo, tocarlo o sentirlo, está allí presente, completo en esencia, porque no hay diferencia entre joven y anciano, entre embrión y niño, sólo es una cuestión de tiempo.

Si te sientes confrontado con lo que acabas de leer. Si la estás pasando mal y piensas en el aborto como la salida a tus problemas, no te dejes engañar. No hay nada más hermoso y bendito que llevar la vida de un nuevo ser en tu vientre. Dios te ama a ti y a tu bebé, no renuncies a él, pues a este día oscuro Dios ya lo vio cuando te pensó a ti. Para que pudieras superarlo y para que tu bebé pueda ver la luz y sentir el amor de su madre, Dios se ocupó de diseñar también una solución a tu problema en la persona de Jesucristo.