domingo, 19 de diciembre de 2021

El hijo pródigo. Parte 1

 


El hijo pródigo. Parte 1

“También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!” Lucas 15:11-17

Hemos pedido bienes y nuestro Dios proveedor nos los ha concedido, pero los hemos derrochado viviendo perdidamente, es decir, hemos seguido los afanes del mundo, que nos impulsan a los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida (1 Juan 2:16). Priorizamos el placer por encima del ser, colocamos en primer lugar nuestra comodidad, por encima de nuestra identidad. Parece que es más importante el sentirnos bien y hacer todo lo posible para no perder nuestra aparente estabilidad, que el vivir como hijo del Padre celestial, el cual tiene una misión específica aquí en la tierra: No vivir para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por nosotros. (2 Corintios 5:15).

Entonces, ¿hemos malgastado las riquezas que nuestro Padre amoroso nos confió por medio de la fe en Cristo? Aunque las riquezas de su gloria y sus dones espirituales son innumerables, si ha sido el caso que hemos estado viviendo perdidamente, no haciendo lo que nos corresponde, recordemos el gran amor del Padre que dice: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él” (1 Juan 3:1). Así como el hijo pródigo, cuando comenzó a faltarle, recordó el gran amor de su Padre, manifestado en cómo trataba a sus empleados, el Espíritu Santo nos recuerda la verdad y nos llama como dice la escritura: “¿O pensáis que la Escritura dice en vano: ¿El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?” (Santiago 4:5), ese anhelo, ese celo del Espíritu es para que recapacitemos, como ocurrió con el personaje de esta parábola, y regresemos a hacer las primeras obras, cambiando nuestra manera de pensar, ya no pensando cómo el mundo lo hace, porque el mundo pasa y sus deseos pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. (1 Juan 2:17).

En el versículo 17 de la cita de hoy, cuando se usa la palabra “abundancia”, en griego, que es el idioma en el cual está escrita originalmente, se usa “perisseúo”, que significa una exagerada abundancia, esto quiere decir que fue la exagerada bondad de su Padre la que lo llevó al arrepentimiento, pues si el padre puede tratar bien a sus jornaleros, aunque él no considera que es hijo por su mal comportamiento, sabe que al menos siendo un jornalero recibirá de esa abundancia del Padre. ¿Cuánto más nosotros, como hijos, recibimos la abundancia de su favor inmerecido? (Romanos 5:17), así que, hermanos, busquemos el arrepentimiento por el malgasto que hemos estado haciendo, apartándonos de los malos deseos del mundo y buscando agradar a Dios antes que a los hombres.   Oración.

«Tú eres mi Padre porque he creído en tu Hijo Jesús, y como hijo tuyo quiero honrarte, permitiendo que el Espíritu de gracia, que has puesto en mí, me guíe, aliente mis pasos y me lleve a hacer tu voluntad, ya no quiero malgastar mi tiempo y mi vida en cosas vanas, sino en glorificar tu nombre. En el nombre de Jesús. Amén.     Difundiendo el mensaje de Jesucristo.

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