sábado, 30 de junio de 2012

EL FRUTO DE EL ESPIRITU


EL FRUTO DE EL ESPIRITU. El apóstol Juan lo expresa de otra manera: «El que dice que permanece en Él debe andar como el anduvo» (1 Jn 2.6). Jesús dijo: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí (es decir, unido al tronco de la vid) y yo en él, éste lleva mucho fruto.» (Jn 15.4)
El fruto del Espíritu empieza a brotar en nosotros cuando nos convertimos. Pero brota por sí solo hasta cierto punto. Debe ser cultivado, abonado, mediante nuestra comunión con Cristo, mediante la cual la savia de su vida pasa del tronco al sarmiento. Así como el sarmiento da fruto en la medida en que fluya la savia, de manera semejante nosotros manifestamos los rasgos del carácter de Jesús cuando su vida fluye en nuestro espíritu. Pero nuestro sarmiento deberá también ser podado, limpiado por el divino Jardinero, para que dé más fruto (Jn 15.2).
Las cualidades del carácter de Cristo, su amor, su bondad, su paz, etc., son la luz que Jesús dijo debía brillar delante de los hombres para que, viendo nuestras buenas obras, glorifiquen a su Padre que está en los cielos (Mt 5.16). El fruto del Espíritu no consiste en obras, pero se manifiesta en obras que dan gloria a Dios.
El fruto del Espíritu es como un prisma que descompone la luz que lo atraviesa no en siete (como en el prisma de vidrio) sino en nueve colores distintos que, sumados, hacen un blanco purísimo. Aquí vemos cómo un fenómeno físico es figura de un fenómeno espiritual: