lunes, 7 de agosto de 2017

¿Estamos en Problemas?


¿Estamos en Problemas?

 ¡Yo digo que estamos en dificultades y ya es tiempo que despertemos! Con algunas excepciones, somos como la iglesia de Laodicea. A decir verdad, hemos institucionalizado tanto el laodiceanismo que pensamos que tibio es normal. Cualquier iglesia que este ganando más de unos pocos para Cristo se considera “sobresaliente”. 

Las palabras severas de Jesús se aplican tanto a nosotros como a los cristianos de fin del primer siglo: “[No] eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad” (Ap. 3:15—17). En otras palabras, estaban expresando una maravillosa “confesión positiva”. Estaban proclamando victoria y bendición. El único problema es que Jesús no estaba impresionado. Él respondió: 

“Y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo… Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.” Apocalipsis 3:17, 19 

Lenguaje severo, por cierto, pero Jesús siempre trata con firmeza a los que ama. “¿Qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?”, pregunta el escritor de hebreos (12:7). 

Nótese que los laodiceanos eran santos de Dios, con derecho a todas las promesas. Eran parte del cuerpo de Cristo: cantaban himnos, adoraban los domingos, disfrutaban de beneficios físicos, y sin duda se veían a si mismos más justos que sus vecinos paganos. No obstante, estaban a punto de ser vomitados. ¡Qué llamada de atención! 

Siempre que el cuerpo de Cristo se mete en problemas, se requiere una acción enérgica. No podemos quedarnos sentados y esperar que el problema se resuelva por sí solo. 

La Iglesia primitiva comenzó de forma dinámica en poder. Ellos estaban unidos, orando, llenos del Espíritu Santo, saliendo a hacer la obra de Dios a la manera de Dios, y viendo resultados que lo glorificaban. 

Luego vino el primer ataque (Ver Hechos 4:2-3). ¿Cómo respondieron? Rápidamente comenzaron a orar de esta manera: 

“Soberano Señor, tú …hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay… Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús.” (Hechos 4:24, 29-30). 

Esto es precisamente lo que los profetas a través de los siglos les habían dicho que tenían que hacer: Cuando estés bajo ataque, cuando te enfrentes a un nuevo reto, en todas las épocas, en todo momento, invoca el nombre del Señor, y Él te ayudará.