jueves, 25 de marzo de 2010

Mateo 25

Mateo 25 -

CAPÍTULO 25
Versículos 1-13. Parábola de las diez vírgenes. 14-30. Parábola de los talentos. 31-46. El juicio.

Vv. 1-13.Las circunstancias de la parábola de las diez vírgenes fueron tomadas de las costumbres nupciales de los judíos y explica el gran día de la venida de Cristo. Véase la naturaleza del cristianismo. Como cristianos profesamos atender a Cristo, honrarlo, y estar a la espera de su venida. Los cristianos sinceros son las vírgenes prudentes, y los hipócritas son las necias. Son verdaderamente sabios o necios los que así actúan en los asuntos de su alma. Muchos tienen una lámpara de profesión en sus manos, pero en sus corazones no tienen el conocimiento sano ni la resolución, que son necesarios para llevarlos a través de los servicios y las pruebas del estado presente. Sus corazones no han sido provistos de una disposición santa por el Espíritu de Dios que crea de nuevo. Nuestra luz debe brillar ante los hombres en buenas obras; pero no es probable que esto se haga por mucho tiempo, a menos que haya un principio activo de fe en Cristo y amor por nuestros hermanos en el corazón.
Todas cabecearon y se durmieron. La demora representa el espacio entre la conversión verdadera o aparente de estos profesantes y la venida de Cristo, para llevarlos por la muerte o para juzgar al mundo. Pero aunque Cristo tarde más allá de nuestra época, no tardará más allá del tiempo debido. Las vírgenes sabias mantuvieron ardiendo sus lámparas, pero no se mantuvieron despiertas. Demasiados son los cristianos verdaderos que se vuelven remisos y un grado de negligencia da lugar a otro. Los que se permiten cabecear, escasamente evitan dormirse; por tanto tema el comienzo del deterioro espiritual.
Se oye un llamado sorprendente, Salid a recibirle; es un llamado para los que están preparados. La noticia de la venida de Cristo y el llamado a salir a recibirle, los despertará. Aun los que estén preparados en la mejor forma para la muerte tienen trabajo que hacer para estar verdaderamente preparados, 2 Pedro iii, 14. Será un día de búsqueda y de preguntas; nos corresponde pensar cómo seremos hallados entonces.
Algunas llevaron aceite para abastecer sus lámparas antes de salir. Las que no alcanzan la gracia verdadera ciertamente hallarán su falta en uno u otro momento. Una profesión externa puede alumbrar a un hombre en este mundo, pero las humedades del valle de sombra de muerte extinguirán su luz. Los que no se preocupan por vivir la vida, morirán de todos modos la muerte del justo. Pero los que serán salvos deben tener gracia propia; y los que tienen más gracia no tienen nada que ahorrar. El mejor necesita más de Cristo. Mientras la pobre alma alarmada se dirige, en el lecho de enfermo, al arrepentimiento y la oración con espantosa confusión, viene la muerte, viene el juicio, la obra es deshecha, y el pobre pecador es deshecho para siempre. Esto viene de haber tenido que comprar aceite cuando debíamos quemarlo, obtener gracia cuando teníamos que usarla. Los que, y únicamente ellos, irán al cielo del más allá, están siendo preparados para el cielo aquí. Lo súbito de la muerte y de la llegada de Cristo a nosotros entonces, no estorbará nuestra dicha si nos hemos preparado.
La puerta fue cerrada. Muchos procurarán ser recibidos en el cielo cuando sea demasiado tarde. La vana confianza de los hipócritas los llevará lejos en las expectativas de felicidad. La convocatoria inesperada de la muerte puede alarmar al cristiano pero, procediendo sin demora a cebar su lámpara, sus gracias suelen brillar más fuerte; mientras la conducta del simple profesante muestra que su lámpara se está apagando. Por tanto, velad, atended el asunto de vuestras almas. Estad todo el día en el temor del Señor.

Vv. 14-30.Cristo no tiene siervos para que estén ociosos: ellos han recibido su todo de Él y nada tienen que puedan llamar propio, salvo pecado. Que recibamos de Cristo es para que trabajemos por Él. La manifestación del Espíritu es dada a todo hombre para provecho. El día de rendir cuentas llega por fin. Todos debemos ser examinados en cuanto a lo bueno que hayamos logrado para nuestra alma y para nuestro prójimo, por las ventajas que disfrutamos. No significa que el realce de los poderes naturales pueda dar mérito a un hombre para la gracia divina. Es libertad y privilegio del cristiano verdadero ser empleado como siervo de su Redentor, fomentando su gloria, y el bien de su pueblo: el amor de Cristo le constriñe a no vivir más para sí, sino para aquel que murió y resucitó por él.
Los que piensan que es imposible complacer a Dios, y es en vano servirle, nada harán para el propósito de la religión. Se quejan de que Él exige de ellos más de lo que son capaces, y que los castiga por lo que no pueden evitar. Cualquiera sea lo que pretendan, el hecho es que no les gusta el carácter ni la obra del Señor.
El siervo perezoso está sentenciado a ser privado de su talento. Esto puede aplicarse a las bendiciones de esta vida, pero más bien a los medios de gracia. Los que no conocen el día de su visitación, tendrán ocultas de sus ojos las cosas que convienen a su paz. Su condena es ser arrojados a las más profundas tinieblas. Es una manera acostumbrada de expresar las miserias de los condenados en el infierno. Aquí, en lo dicho a los siervos fieles, nuestro Salvador pasa de la parábola a la cosa significada por ella, y eso sirve como clave para el todo. No envidiemos a los pecadores ni codiciemos nada de sus posesiones perecederas.

Vv. 31-46.Esta es una descripción del juicio final. Es una explicación de las parábolas anteriores. Hay un juicio venidero en que cada hombre será sentenciado a un estado de dicha o miseria eterna. Cristo vendrá, no sólo en la gloria de su Padre sino en su propia gloria, como Mediador. El impío y el santo habitan aquí juntos en las mismas ciudades, iglesias, familias y no siempre son diferenciados unos de otros; tales son las debilidades de los santos, tales las hipocresías de los pecadores; y la muerte se los lleva a ambos: pero en ese día serán separados para siempre. Jesucristo es el gran Pastor; Él distinguirá dentro de poco tiempo entre los que son suyos y los que no. Todas las demás distinciones serán eliminadas; pero la mayor entre santos y pecadores, santos e impíos, permanecerá para siempre.
La dicha que poseerán los santos es muy grande. Es un reino ; la posesión más valiosa en la tierra; pero esto no es sino un pálido parecido del estado bienaventurado de los santos en el cielo. Es un reino preparado. El Padre lo proveyó para ellos en la grandeza de su sabiduría y poder; el Hijo lo compró para ellos; y el Espíritu bendito, al prepararlos a ellos para el reino, está preparándolo para ellos. Está preparado para ellos: en todos los aspectos está adaptado a la nueva naturaleza del alma santificada. Está preparado desde la fundación del mundo. Esta felicidad es para los santos, y ellos para ella, desde toda la eternidad. Vendrán y la heredarán. Lo que heredamos no lo logramos por nosotros mismos. Es Dios que hace los herederos del cielo.
No tenemos que suponer que actos de generosidad dan derecho a la dicha eterna. Las buenas obras hechas por amor a Dios, por medio de Jesucristo, se comentan aquí como marcas del carácter de los creyentes hechos santos por el Espíritu de Cristo, y como los efectos de la gracia concedida a los que las hacen.
El impío en este mundo fue llamado con frecuencia a ir a Cristo en busca de vida y reposo, pero rechazaron sus llamados; y justamente son los que prefirieron alejarse de Cristo quienes no irán a Él. Los pecadores condenados ofrecerán disculpas vanas. El castigo del impío será un castigo eterno; su estado no puede ser cambiado. Así, la vida y la muerte, el bien y el mal, la bendición y la maldición, están puestas ante nosotros para que podamos escoger nuestro camino, y como nuestro camino, así será nuestro fin.