martes, 15 de junio de 2010

Romano 4

Romano 4 -

CAPÍTULO 4
Versículos 1-12. La doctrina de la justificación ejemplificada con el caso de Abraham. 13-22. Recibió la promesa por medio de la justicia de la fe. 23-25. Nosotros somos justificados por la misma vía de creer.

Vv. 1-12.Para enfrentar los puntos de vista de los judíos, el apóstol se refiere primero al ejemplo de Abraham, en quien se gloriaban los judíos como su antepasado de mayor renombre. Por exaltado que fuese en diversos aspectos, no tenía nada de qué jactarse en la presencia de Dios, siendo salvo por gracia por medio de la fe, como los demás. Sin destacar los años que pasaron antes de su llamado y los momentos en que falló su obediencia, y aun su fe, la Escritura estableció expresamente que: “Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”Génesis xv, 6.
Se observa a partir de este ejemplo que si un hombre pudiera obrar toda medida exigida por la ley, la recompensa sería considerada deuda, que evidentemente no fue el caso de Abraham, puesto que la fe le fue contada por justicia. Cuando los creyentes son justificados por la fe, “les es contado por justicia”, pero la fe de ellos no los justifica como parte, pequeña o grande, de la justicia propia, sino como medio designado de unirlos a Aquel que escogió el nombre por el cual debe llamársele: “Jehová Justicia nuestra”.
La gente perdonada es la única gente bendecida.
Claramente surge de la Escritura que Abraham fue justificado varios años antes de su circuncisión. Por tanto, es evidente que este rito no era necesario para la justificación. Era una señal de la corrupción original de la naturaleza humana. Y era una señal y un sello exterior concebido no solo para ser la confirmación de las promesas que Dios le había dado a él y a su descendencia, y de la obligación de ellos de ser del Señor, sino para asegurarle de igual modo que ya era un verdadero partícipe de la justicia de la fe. Abraham es, de este modo, el antepasado espiritual de todos los creyentes que anduvieron según el ejemplo de su obediencia de fe. El sello del Espíritu Santo en nuestra santificación, al hacernos nuevas criaturas, es la evidencia interior de la justicia de la fe.

Vv. 13-22.La promesa fue hecha a Abraham mucho antes de la ley. Señala a Cristo y se refiere a la promesa, Génesis xii, 3: “y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. La ley producía ira al indicar que todo transgresor queda expuesto al descontento divino.
Como Dios tenía la intención de dar a los hombres un título de las bendiciones prometidas, así designó que fuera por la fe, para que sea totalmente por gracia, para asegurársela a todos los que eran de la misma fe preciosa de Abraham, fueran judíos o gentiles de todas las épocas. La justificación y la salvación de los pecadores, el tomar para sí a los gentiles que no habían sido pueblo, fue un llamamiento de gracia de las cosas que no son como si fueran, y esto de dar ser a las cosas que no eran, prueba el poder omnipotente de Dios.
Se muestra la naturaleza y el poder de la fe de Abraham. Creyó el testimonio de Dios y esperó el cumplimiento de su promesa, con una firme esperanza cuando el caso parecía sin esperanzas. Es debilidad de la fe lo que hace que el hombre se agobie por las dificultades del camino hacia una promesa. Abraham no la consideró como tema que admitiera discusión ni debate. La incredulidad se halla en el fondo de todos nuestras dudas de las promesas de Dios. El poder de la fe se demuestra en su victoria sobre los temores. Dios honra la fe y la gran fe honra a Dios.
Le fue contada por justicia. La fe es una gracia que, entre todas las demás, da gloria a Dios. La fe es, claramente, el instrumento por el cual recibimos la justicia de Dios, la redención que es en Cristo; y aquello que es el instrumento por el cual la tomamos o recibimos, no puede ser la cosa misma, ni puede ser así tomado y recibido el don. La fe de Abraham no lo justificó por mérito o valor propio, sino al darle una participación en Cristo.

Vv. 23-25.La historia de Abraham y de su justificación quedó escrita para enseñar a los hombres de todas las épocas posteriores, especialmente a los que, entonces, se les daría a conocer el evangelio. Es claro que no somos justificados por el mérito de nuestras propias obras, sino por la fe en Jesucristo y su justicia; que es la verdad que se enfatiza en este capítulo y el anterior como la gran fuente y fundamento de todo consuelo. Cristo obró meritoriamente nuestra justificación y salvación por su muerte y pasión, pero el poder y la perfección de esas, con respecto a nosotros, depende de su resurrección. Por su muerte pagó nuestra deuda, en su resurrección recibió nuestra absolución, Isaías liii, 8. Cuando Él fue absuelto, nosotros en Él y junto con Él recibimos el descargo de la culpa y del castigo de todos nuestros pecados. Este último versículo es una reseña o un resumen de todo el evangelio.