martes, 4 de mayo de 2010

Una conciencia limpia

Una conciencia limpia

¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?

Hebreos 9:14

Nuestra seguridad en Cristo resulta de "la aspiración de una buena conciencia hacia Dios" (1 P. 3:21). La palabra griega para "aspiración" se refiere a un compromiso, en este caso estando de acuerdo en cumplir ciertas buenas condiciones exigidas por Dios antes de ser puesto en el arca de seguridad (Cristo).

A las personas no regeneradas las condenan su conciencia. Alguien que pide a Dios una buena conciencia está hastiado de su pecado y desea ser liberado de la carga de culpabilidad que lleva. Tiene un temor agobiante del juicio venidero y sabe que solo Dios puede librarlo. Él desea la limpieza que se efectúa mediante la sangre de Cristo (cp. He. 10:22). Así que se arrepiente de su pecado y pide perdón.

Cuando Cristo sufrió en la cruz, el infierno lanzó toda su furia contra Él, y los impíos desahogaron su odio contra Él. Pero a través de ese sufrimiento Él sirvió como arca de seguridad para los redimidos de todas las épocas. Y como triunfalmente dio salvación mediante su sufrimiento, estamos seguros en Él. Reinado soberano

Habiendo subido [Cristo] al cielo está a la diestra de Dios; y a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades.

1 Pedro 3:22

En todo el Antiguo como en el Nuevo Testamento, a la diestra de Dios se presenta como el lugar de preeminencia, poder y autoridad por toda la eternidad. Ese es el lugar adonde fue Jesucristo cuando hubo realizado su obra en la cruz, y allí es donde gobierna hoy.

Romanos 8:34 dice: "Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros". Su posición a la diestra de Dios le da autoridad sobre todas las cosas creadas.

Cristo asumió su posición de supremacía después que "ángeles, autoridades y potestades" se habían sujeto a Él (1 P. 3:22), es decir, cuando Cristo declaró su triunfo a los demonios encarcelados. La cruz y la resurrección fueron los que sometieron a Él a las huestes angelicales. Cuando ascendió al cielo, asumió su debida posición y reina soberano sobre todos.