domingo, 7 de abril de 2024

Santificado sea tu nombre

 


Santificado sea tu nombre

“Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. “Mateo 6:9

“Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.” Isaías 6:3-5

“Santificado sea tu nombre” es una expresión de reverencia ante el santo nombre de Dios, que evita una confianza excesiva que nos lleve a la irreverencia con nuestro Padre celestial. No podemos usar su nombre a la ligera; recordemos que tanta era la reverencia de los judíos ante Dios que usaban su nombre con mucho cuidado para no profanarlo, esa reverencia los llevó a sustituir la palabra Jehová por Señor (Adonai).

Isaías tiene la visión de Dios en su Santidad, el triple santo enfatiza lo que Él es, un ser moralmente perfecto, puro y apartado del pecado. Nosotros también necesitamos descubrir la santidad de Dios ahora más que nunca, porque los afanes diarios, la lucha contra los antivalores de este mundo y nuestros propios conflictos hacen que se nuble nuestra visión de Dios. Necesitamos renovar nuestra visión de ese Dios alto y sublime, que nos da el poder para enfrentar los problemas y preocupaciones.

Santificar el nombre de Dios es ver su perfección moral que nos llevará a ver nuestra propia imperfección, la necesidad de limpiar nuestra vida y santificarla para poder servirle a Él. Un pecador en la presencia del santo Dios queda abrumado, pero es Él quien toma la iniciativa para acercarse a nosotros, ofreciéndonos perdón y limpieza a través del sacrificio de su Hijo Jesús.

Santo, santo, santo son exclamaciones de alabanza ante la revelación de su naturaleza divina. En la triple repetición de la palabra santo, se infiere que está sobreentendida la Trinidad como una unidad. Como Isaías, debemos ver a Dios en su trono. Esta visión se interpreta en Juan 12:41-45 “Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él. Con todo eso, aun de los gobernantes, muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga. Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios. Jesús clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió”.

Isaías vio la gloria de Cristo y habló acerca de Él, lo cual nos demuestra plenamente que nuestro Salvador es Dios. En Cristo Jesús, Dios se sienta en el trono de gracia y por medio de Él se abre camino hacia el Lugar Santísimo; por eso, toda vanagloria, ambición, ignorancia y orgullo deben ser eliminados una vez que contemplamos su majestad, así como la gloria divina que sobrecogió al profeta Isaías con una sensación de su propia vileza, culpa y pecado.

Demos gracias que ahora tenemos un Mediador entre nosotros los pecadores y este Dios Santo. Una mirada a la gloria celestial debe bastar para convencernos de que toda nuestra justicia es como trapos de inmundicia; Isaías 64:6 dice “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento”.

Refugiémonos en la misericordia y gracia de nuestro Señor Jesucristo. Tenemos por medio de Él la seguridad del perdón por su obra expiatoria. Quitar el pecado es necesario para poder acercarnos confiadamente a la presencia del Padre.   Oración.

«Padre de gloria heme aquí delante de ti, reconociendo tu majestad y santidad. Eres puro y santo por eso veo mi propia vileza, porque soy pecador y necesito que me limpies de toda inmundicia. Gracias por la sangre de Cristo que me perdona todo pecado y me purifica de toda maldad; gracias por ese mediador Jesucristo que ahora hace posible que me acerque al trono de tu gracia para alcanzar el oportuno socorro, amén.