miércoles, 5 de noviembre de 2014

Marcos 16:6

Marcos 16:6

Mas él (ángel) les dijo: no os asustéis; buscáis a Jesús el nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí, mirad el lugar en donde le pusieron.  


La semana pasada se celebró a un hombre que fue crucificado hace más de dos mil años.  El tiempo se dividió y ahora se habla de antes y después de que existiera.  Muchos lo consideran un hombre maravilloso.  Muchos tienen imágenes de él y las adoran.  Pero hoy quiero recordarte exactamente lo que la biblia nos dice que pasó.  Que Dios, no aferrándose a ser Dios, se hizo hombre.  Para demostrarnos su amor incondicional, misericordia y gracia, envió a su Unigénito para que sufriera en nuestro lugar, el castigo y la paga de nuestros pecados a través de su muerte.  Y al hacerse hombre venció al pecado y a la muerte pues fue crucificado para posteriormente resucitar al tercer día tal y como lo había dicho.  Si hay algo que diferencia a los seguidores de Jesús de cualquier otra creencia, es este principio.  Jesús resucitó.  Jesús no está en su tumba.  Él está a la diestra del Padre y reina.
Ahora, ¿De qué te sirve este evento?  ¿Por qué debes celebrarlo?  ¿Qué impacto tiene en tu vida?  Tristemente, la resurrección de Jesús se ha desviado de su propósito original.  Hoy en día, tenemos personas que continúan golpeando sus cuerpos y buscando ser perdonados de sus pecados a través de sus sacrificios y “buenas obras” y todo esto lo realizan para agradar a Dios y se dicen seguidores de Cristo.  El sacrificio de Dios sirvió para limpiar todos tus pecados al momento en que te declaras culpable y aceptas a Cristo como tu Salvador y Señor.  No necesitas más sacrificios.  No necesitas realizar buenas obras.  Necesitas la sangre de Jesús para ser limpiado y perdonado.  Por otro lado, la resurrección, lo que el día de ayer muchos de nosotros celebramos, sirvió para recordarnos que nuestro Dios no solo ha vencido a la muerte, sino que nos espera una vida eterna a su lado después de pasar por esta vida terrenal.  Nos recuerda que hay esperanza.  Nos recuerda que no todo está en este mundo.  Nos recuerda que algún día moriremos y estaremos en su presencia.  La resurrección de Cristo es la culminación de su mensaje.  El punto máximo donde envuelve cada detalle de lo que vino a hacer.  Sin ella, tu relación con Dios no está completa.  No puedes creer y seguir a Jesús si no has aceptado su resurrección.  Asimismo, no puedes solamente aceptar la resurrección brincándote la crucifixión.  Gracias a la resurrección podemos tener un panorama completo de nuestro paso por la tierra.  Aunque nacimos aquí, no pertenecemos a este mundo pues, nuestro Dios, nos ha adoptado y hecho linaje suyo.  Ahora pertenecemos a Él y su reino no está aquí sino en los cielos.  Gracias a la resurrección podemos entender el por qué Jesús nació en un pesebre.  En la ciudad más pequeña e insignificante.  Por qué tuvo la profesión considerada de menor prestigio.  Por qué entró en un burro y no un caballo a Jerusalén.  Por qué sufrió la muerte más baja y cruel.  Para demostrarnos que en esta vida, nuestro principal objetivo es servir al Dios Todopoderoso.  A Dios Padre.  Para enseñarnos que Él era, es y será.  Para enseñarnos que no debemos estar afligidos por lo que pueda suceder sino que podemos vivir confiados en Él.  Para mostrarnos que hay otra forma de vivir.  Para mostrarnos que Él es Dios, que Él reina, que Él vive y que servirle, es la mejor decisión que puedes tomar.
Oración
Padre: hoy entiendo que has venido al mundo para tomar mi cruz y morir por mí.  Te doy gracias por darme este regalo tan impresionante que no merezco.  Hoy entiendo y pido que Jesús me limpie y sea mi Señor y Salvador.  Hoy entiendo y reconozco que no solo murió por mí sino que se levantó de los muertos al tercer día de haber sido crucificado venciendo a la muerte.  Padre, hoy entiendo que hay una mejor manera de vivir al servirte y buscarte y así quiero vivir.  Te pido transformes mi vida.  Gracias.  Gracias por tu sacrificio.  Gracias por no dejarme caer más y rescatarme.  Gracias en el nombre de Jesucristo.  Amén