miércoles, 12 de abril de 2017

Hechos 18:7-11

Hechos 18:7-11
Entonces Pablo salió de la sinagoga y se fue a la casa de un tal Ticio Justo, que adoraba a Dios y que vivía al lado de la sinagoga. Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su familia. También creyeron y fueron bautizados muchos de los corintios que oyeron a Pablo. Una noche el Señor le dijo a Pablo en una visión: “No tengas miedo; sigue hablando y no te calles pues estoy contigo. Aunque te ataquen, no voy a dejar que nadie te haga daño porque tengo mucha gente en esta ciudad.” Así que Pablo se quedó allí un año y medio, enseñando entre el pueblo la palabra de Dios.
El trabajo de Pablo era predicar el evangelio. De cierta manera, él podía ir midiendo sus resultados y efectividad conforme más gente fuera creyendo en Jesús. Imagina por un momento estar en sus zapatos. Compartimos a Cristo. Vamos de una ciudad a otra. Llegamos a Corinto, comenzamos a predicar nuevamente y no solo nos frenan, sino que también nos insultan. Definitivamente no fue nuestro mejor día. Vemos toda la oposición que existe hacia nuestro objetivo y nos dormimos esa noche cansados y probablemente tristes de lo que aconteció. ¿No te suena familiar esta historia? Te levantas un día y simplemente te encontraste con vientos en contra. Ese día las cosas no salieron bien. De hecho, parece que todo salió mal. No pasó lo que esperabas. Tus ventas fueron peores. Comenzaron a despedir a más gente. La enfermedad empeoró. Tu problema se agravó. Tal vez incluso así te fuiste a dormir el día de ayer. Sin ánimo. Sin consuelo. Triste. Cuando esto sucede, tenemos dos opciones: tratar de ser optimistas y seguir adelante o tirar la toalla y pedir a Dios por fuerzas para caminar. Si somos honestos, aceptaríamos que la primera opción nos termina llevando, tarde o temprano, al mismo punto de cansancio, tristeza y desesperación. Por esto te animo a que consideremos la segunda. Cuando optamos por tirar la toalla y entregarnos a la voluntad del Señor nos pasa como a Pablo. Una noche, sin saberlo, recibe ánimos y consuelo de Dios a través de una visión: sigue hablando y no calles porque yo estoy contigo. ¡Qué maravilla! ¡Se me olvidaba que el Señor está de mi lado y Él es quien pelea las batallas! Toda esa carga que tenías sobre ti es liberada al escuchar estas palabras. Sigue adelante te dice Dios. No tengas miedo. ¡Qué increíble es escuchar estas palabras! No es un consuelo absurdo ni optimista. Es el Creador Todopoderoso que nos recuerda que Él está al mando y que tiene un cuidado especial por nosotros pues nos ama. Ahora, es importante notar que también dice: aunque te insulten, sigue adelante. Tal vez sufriremos alguno que otro “raspón” en nuestro día, pero no debe frenarnos. Debemos seguir adelante confiados en el Señor y dejando que Él haga. Lo que parecía que no tendría mucho futuro, Cristo se encargó de acomodarlo de tal forma que Pablo se quedó ahí un año y medio. ¿Puedes ver la diferencia de nuestra perspectiva contra la del Señor? Seguro Pablo se sintió desanimado. ¡Es normal! Acude a Dios en oración para decirle cómo te sientes, pero no dejes de seguir adelante pues Él está contigo.
Oración

Señor: Alabado seas. Gracias por renovar mi corazón y darme esperanza nuevamente. Gracias por traer consuelo y paz cuando la necesito. Yo te pido que no quite mi mirada de tu reino y pueda vivir en servicio a Ti. Guíame en tu voluntad y no permitas que lo que sucede a mi alrededor me desanime o frene, sino que pueda vivir confiado en tus planes. Te lo pido en el nombre de Cristo. Amén