jueves, 19 de marzo de 2015

Hebreos 4:12-13

Hebreos 4:12-13

Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos.  Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón.  Ninguna cosa creada escapa a la vista de Dios.  Todo está descubierto, expuesto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.



Génesis 3:9-10 dice: mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?  Y él respondió: oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.  ¡Esa es el poder que tiene la palabra de Dios!  Nos descubre de pies a cabeza.  No hay absolutamente nada que le podamos esconder.  Entra a lo más profundo de nosotros.  Por más que intentes endurecerte, su palabra derrumba las barreras que has intentado poner como si fueran nubes y las atraviesa sin ningún problema.  Gracias a Dios he tenido la enorme bendición de compartir su palabra con otras personas.  Con cada una de ellas he podido percibir la misma mirada.  Es una especie de click.  Puedo decir que es que “les cae el 20” o que por fin entendieron el mensaje.  Puedo ver perfectamente cómo las palabras de Dios penetraron hasta lo más profundo de sus corazones.  A veces lloran.  A veces sus ojos simplemente se quedan rojos.  Pero todos comparten esa misma mirada.  Una mirada de cansancio y al mismo tiempo de esperanza al querer empezar de nuevo y dejar que Dios se haga cargo de todas esas cadenas que han venido arrastrando por tanto tiempo.  Esperanza nueva por hacer las cosas correctamente y dejar de cometer error tras error destruyendo más y más su vida.  Es un gozo recibir correos electrónicos o comentarios en el blog diciendo que el devocional de ese día les ayudó a la situación específica que estaban atravesando.  ¿Conozco lo que están viviendo?  ¡Por supuesto que no!  Muchos ni siquiera conozco personalmente.  Pero Dios sí los conoce y quiere que ellos regresen a casa.  Quiere que sepan que Él espera con los brazos abiertos.  El perdón está en la puerta y no tiene una vara para castigarnos por todo el mal que hemos hecho.  Si piensas lo contrario quiere decir que Satanás se ha colado en tus pensamientos y ha logrado acabarte y aplastarte.  Pero Dios trae luz a tu oscuridad.  Trae vida a tu muerte.
Adán respondió: escuché tu voz y tuve miedo porque estaba desnudo.  Hoy en día respondemos: escuché tu voz y tuve miedo por todo mi pecado.  Preferimos huir.  Preferimos posponer nuestra reconciliación con Él.  Sabes, Satanás utiliza dos técnicas que funcionan de maravilla.  La primera la mencioné en el párrafo anterior.  Te acusa.  Te hace sentir que no vales y no mereces perdón.  La segunda es todavía más poderosa.  Te hace pensar que puedes decidir después.  Así como le dijo a Eva, ciertamente no morirás y la convenció, así nos confunde hoy en día diciendo: después puedes hacer caso a lo que escuchas hoy.  Todavía no tocas fondo.  Intenta un poco más en tus fuerzas.  ¿Te suena familiar?  Sin embargo, la palabra que se te compartió ya hizo esa “herida” al entrar a lo más profundo de tu corazón.  ¿Qué le vas a contestar a Jehová el día de hoy?  ¿Seguirás luchando?  ¿Te rendirás y dejarás que ahora Él guíe?  Espero que no tengas que caer demasiado para darte cuenta que estás por el camino equivocado.  Espero seas sensible y no tengas que darte golpes muy duros para abrir los ojos y ver cuánto estás destruyendo tu vida por ir en contra de lo que Dios quiere.  Mejor dile al Señor la siguiente oración:

Padre: Perdóname.  Sé que no merezco tu perdón y te doy gracias por esa gracia tan grande e incomprensible.  No quiero que pase más tiempo sin que tomes las riendas de mi vida y corrijas mi camino.  He causado mucha destrucción por seguir mis instintos y mis deseos y no quiero continuar así.  Señor, tu palabra entró a lo más profundo de mí y te pido que abras mi corazón y saques todo aquello que no es agradable a Ti.  Gracias por amarme sin merecerlo y por mandar a Jesús a morir por mí.  Gracias en el nombre de Jesús.  Amén