miércoles, 22 de enero de 2020

Nuestro testimonio debe ser público, no encubierto


Nuestro testimonio debe ser público, no encubierto

“Nadie que enciende una luz la cubre con una vasija, ni la pone debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entran vean la luz. Porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a luz”, Lucas 8:16-17
Este pasaje habla del carácter visible de la vida cristiana. ¿Ven las otras personas nuestra fe o la ocultamos para que nadie se dé cuenta que somos diferentes? Aunque nos resulte difícil confesar que pertenecemos y le servimos a Cristo, no debemos considerar hablar de Él como un deber sino como un privilegio y nunca debemos avergonzarnos de ser cristianos. El Señor nos dice en Mateo 10:32 “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos”.
Cuando encendemos una lámpara es para que la luz se vea, por eso es tan importante que la luz de Cristo que está en nuestros corazones alumbre a las personas que nos rodean. Cuando vivimos su Palabra, somos luz en medio de las tinieblas. La luz viene a nuestra vida por las enseñanzas de Cristo, que han sido sembradas en nuestro interior y que deben salir para ser conocidas, entendidas y expresadas claramente a través de nuestro testimonio.
No podemos ocultar lo que somos, por eso la condición de nuestro corazón es revelada frente a la luz de Cristo. Podemos tratar de ocultar alguna cosas a nosotros mismos, hacernos los ciegos frente a ciertas acciones y hábitos que conocemos. A veces podemos tratar de ocultarle cosas a los demás para que no vean lo que somos o hacemos, pero la Palabra es clara cuando nos dice que no hay nada oculto que no haya de ser manifestado, tarde o temprano seremos descubiertos.
Más triste es cuando tratamos de ocultarle las cosas a Dios, es algo imposible porque Él conoce los secretos más profundos de nuestro corazón, como dice el Salmo 44:21. Esconderse de Dios como lo hizo Adán cuando pecó es una utopía, jamás podremos huir de su presencia, pues Dios lo ve todo.
Un creyente feliz es aquel que no tiene nada que ocultar, sino que anda como la luz del día, mostrando su integridad y glorificando a Dios con todo lo que hace. Mateo 5:16 “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.
Cuando la luz de Jesús ilumine de verdad nuestras vidas tendremos la responsabilidad de brillar en todo lugar para ayudar a otros. ¿Qué impide que lo hagamos? Oración.
Señor Jesucristo, gracias por tu Palabra que es la luz que alumbra mi vida y me enseña cómo andar en este mundo. Quiero que reveles la condición de mi corazón, que me muestres qué debo cambiar, qué tengo que corregir para poder ser testimonio de tu luz, de tu amor y brillar en la vida de las personas que me rodean. Amén. Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.