viernes, 16 de noviembre de 2012

Todo viaje tiene un punto de partida.


Todo viaje tiene un punto de partida.

El nuestro comienza en el Génesis, el primer libro de la Biblia. La palabra “Génesis” significa “comienzo”. Allí vemos cómo eran las cosas cuando Adán, el primer hombre, caminaba de cerca a Dios. Dios lo amaba profundamente, y Adán respondía con un cálido afecto a ese amor. Ambos sentían un profundo deleite en la franqueza, la confianza y la compañía que experimentaban en aquella relación mutua.

El trabajo era distinto a lo que es hoy. Era productivo y daba satisfacción; estaba libre de estrés, ansiedad, corrupción o fallas éticas.

Pero, lamentablemente, el Paraíso duró poco. Lo que sucedió entonces ha tocado la vida de cada uno de nosotros.

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En la Biblia se nos dice que la humanidad heredó un defecto fatal cuando Adán cedió ante la tentación y se rebeló contra Dios. La raíz de todo aquello era que había decidido caminar por su cuenta, abandonando el extraordinario vínculo que había tenido con Dios al principio. A partir de este punto, incluyendo a los propios hijos de Adán y Eva, la naturaleza del ser humano ha estado dominada por la violencia, la codicia, los celos, el odio y la rebelión. La Biblia le da a todo esto el nombre de pecado. Su consecuencia: la muerte.

El Antiguo Testamento es un relato sobre la lucha del ser humano contra el pecado y sus consecuencias. Dios estableció unos métodos temporales para sustituir esta naturaleza caída, pero esos métodos no hacían nada que pudiera cambiar esa naturaleza. Seguía siendo la misma. Tampoco ha mejorado con el paso del tiempo, el aumento de la educación, los descubrimientos científicos ni la prosperidad económica. La naturaleza básica o “caída” del ser humano no ha sufrido alteración alguna desde los tiempos de Adán.

Poco después de entrar el pecado en la raza humana a través de Adán, Dios predijo la venida de uno que remediaría aquel defecto fatal. Entonces identificó a un pueblo, el hebreo, como la familia de la cual saldría esa persona. Durante centenares de años, los profetas hebreos fueron haciendo revelaciones acerca de aquél que restauraría aquella relación que había sido quebrantada.