jueves, 24 de agosto de 2017

Lectura: Génesis 2:7-17; 3:6


Lectura: Génesis 2:7-17; 3:6

Cuando Adán y Eva se enfrentaron a la tentación, por primera vez, muchas de las cosas que eran una realidad para ellos, no las son para nosotros. Vivían en un ambiente perfecto y en una sociedad no corrompida. No había una influencia familiar, a la que se pudiera culparse por una mala decisión.

Adán y Eva se ubicaron en la mañana de la creación, como criaturas que se asombraban por las pequeñas y grandes cosas de la vida. No tenían herencia pecaminosa, ni tenían un entorno devastado al que pudieran culpar a consecuencia de la caída.

También había muchos pecados que Adán y Eva no podían cometer. No podían cometer adulterio. No podían robar a nadie. No podían deshonrar a su padre o a su madre. No podían dar falso testimonio contra su prójimo. No podían codiciar la propiedad de su vecino.

Sin embargo, la esencia del pecado en los albores de la creación es la misma que tenemos hoy: Desafiar a Dios.  En un punto crucial de su vida fueron tentados, y tanto Adán como Eva no se tomaron en serio lo que Dios les había dicho.

En las tentaciones que enfrentamos hoy en día, también nosotros debemos decidir si vamos a creer en el Señor y en las cosas que Él dice. Debemos darnos cuenta de que el pecado puede devastar nuestra relación con él.  Necesitamos su perdón cuando caemos.

1. Señor, ayúdanos a mantenernos lejos del pecado y cerca de ti.

2. Las tentaciones son atractivas, por lo tanto tienes todos los días que decirle a Jesús que venga cerca de ti; confía en Él y Él oirá tu voz.   Para resistir la tentación, debes estar con Cristo.