Cristo en nosotros
“el misterio que había estado oculto desde los siglos y
edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso
dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles;
que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria,”, Colosenses 1:26-27
“Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él
sea la gloria por los siglos. Amén.”, Romanos 11:36
Una vez fuimos destituidos de su gloria por nuestro pecado,
el Padre resuelve este conflicto a través de Jesús, enviándolo a él para volver
a llevarnos a casa, a su gloria: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre
nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de
gracia y de verdad”, (Juan 1:14). Por esto dice la escritura que Cristo es la
esperanza de gloria, la única esperanza de volver hacia donde debemos estar y
quién debemos ser; con el Padre y para el Padre.
Cuando recibimos a Cristo, fuimos hechos nueva creación y el
Padre nos crea en él, nos inserta en Cristo (nos une) para expresarse a sí
mismo, para su propia gloria.
La expresión de todos los atributos es la expresión de su
propia gloria, y por esto el Padre nos une a Cristo y nos hace su morada, por
medio de su Espíritu Santo, para que ahora reflejemos su gloria: “Porque el
anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de
Dios.” (Romanos 8:19); no es menor el privilegio que por gracia se nos dio, de
manifestar en el presente, este misterio que estuvo escondido por siglos y es:
Cristo en nosotros, la esperanza de gloria. (Colosenses 1:27)
Su iglesia, el pueblo santo de Dios, es la manera en que Dios
manifestaría a toda la creación su amor, su inmensa bondad, todo el fruto del
Espíritu Santo: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23), por esto, cada uno de nosotros
fuimos colocados en su cuerpo, es decir, su iglesia. Todos miembros del cuerpo,
pero todos unidos por el mismo Espíritu, como la rama del árbol, que necesita
del tallo y de la raíz para sobrevivir. Nuestro Señor Jesús ilustra esta
realidad espiritual con los pámpanos y la vid verdadera (Juan 15:5)
Por esta razón, debemos permanecer en Cristo y andar en amor,
unos con otros, para que sea manifiesto al mundo que somos sus discípulos, sus
hijos y tomar los atributos de su expresión, que son Cristo mismo viviendo a
través de nosotros, para glorificar su nombre en todo lo que hacemos. Este es
el sentido y el propósito de ser llamados hijos de Dios. Oración.
«Padre, te glorifico porque Cristo está en mi y ahora puedo
tomar todo tu amor y expresarlo a todos mis semejantes, crucificando cada día
mi carne para que sea tu luz la que alumbre, para gloria de tu santo nombre,
por el poder de tu Espíritu en mí, amén.