Versículo: Romanos 12:18-19
La venganza y el Reino
Hay pocas cosas que calan tan profundo en nuestros corazones
como los males que nos vienen por mano de otros. Es más fácil aceptar las dificultades
económicas, la falta de trabajo o la enfermedad. Cuando otras personas nos traicionan, sin
embargo, nos sentimos dolidos en lo más íntimo de nuestro ser. Superar el mal momento es todo un desafío.
En el texto de hoy Pablo nos da una orientación con respecto
a este tema. Primeramente, nos recuerda
que la paz debe ser una de las características de los que andan en Cristo,
porque seguimos a un Dios de paz. De
todas formas, la frase «en cuanto dependa de vosotros» nos advierte que el
estar en paz con los demás es algo que requiere de la colaboración de dos
personas. Es decir, no implica solamente
la ausencia de agresión de mi parte, sino también el mismo compromiso de parte
de la otra persona. Por esta razón no
siempre la paz es absoluta, pues nuestros deseos de estar en paz con los demás
no son correspondidos por la otra parte.
Nuestro llamado, no obstante, es a agotar todos los caminos
posibles para cultivar y mantener una relación de paz con aquellos que son
parte de nuestra vida.
El acto puntual de venganza no es más que una manifestación
de ese espíritu amargado que reside dentro de nosotros.
El medio donde más cuesta llevar esta exhortación es en
aquellas relaciones donde nos hemos sentido agredidos, despreciados o tratados
injustamente por otros. Allí nuestros
deseos de paz se esfuman y sentimos en nuestro interior una indignación intensa
que demanda que este mal sea corregido, sin importar lo que se tenga que hacer
para lograrlo.
Es en estas instancias que comenzamos a luchar con los deseos
de venganza. Muchas veces creemos que el
tema de la venganza pasa por una agresión abierta hacia la otra persona. La venganza, sin embargo, se disfraza de
muchas maneras diferentes. Nos basta con
saber que la venganza busca que la otra persona pase un mal momento, similar o
peor al que hemos vivido nosotros. Esto
puede incluir cosas tan sutiles como humillarla públicamente o simplemente
desear que lee vaya mal en la vida. La
venganza es, en últimas instancias, un sentimiento que se aloja en nuestros
corazones. El acto puntual de venganza
no es más que una manifestación de ese espíritu amargado que reside dentro de
nosotros.
Pablo llama a entregar esto en manos de Dios. Esto es sabio, no solamente porque Dios es el
que defiende la causa de sus hijos, sino también porque Dios es el que juzga
correctamente todos los elementos de una situación y discierne el camino
correcto a seguir. Cuando dejamos la
situación en sus manos, estamos afirmando que él sabe bien qué es lo que
necesitamos y no hará otra cosa que lo mejor para nosotros.
Para pensar:
«Porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos
ejemplo, para que sigáis sus pisadas; quien cuando le maldecían, no respondía
con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba su causa al que
juzga justamente.» (1 Pedro 2.22, 23)
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