martes, 28 de febrero de 2012

La diferencia entre humano y mortal


La diferencia entre humano y mortal
El ser humano, en cuanto a nosotros, es ser mortal. Pero Dios originalmente no creó el hombre para ser mortal, es decir, sujeto a la muerte. Génesis
3:22 deja claro que Dios expulsó al hombre del jardín de Edén para impedir que comiera del árbol de vida por el cual podría vivir para siempre.
Dios aislaba al hombre de la fuente de su vida eterna por su desobediencia. Desde ese momento en adelante, el hombre pasó a estar sujeto a
la muerte como juicio de Dios y, si tomas el registro bíblico en serio, sus años empezaron a ser más cortos cuanto más lejos iban de sus principios
con Dios, hasta que fueron puestos a 120 años en términos del viejo pacto (Génesis 6:3). Sin embargo, la mayoría de nosotros solamente
llegaremos a los 70-80 años (Salmo 90:10).
Jesús mismo no estaba sujeto a la muerte del hombre hasta que llevara el pecado en Sí mismo, porque la muerte es el resultado del pecado (Romanos
5:12). Jesús no era pecaminoso, por tanto no vivió su vida bajo la amenaza de la muerte como resultado necesario del pecado. Jesús fue el
único hombre que jamás haya vivido que tenía la autoridad de vida en El (Juan 10:17-18). Esta es la tremenda realidad del Calvario. El único que no
tenía necesidad de morir, ya sea espiritualmente o físicamente, fue el mismo que llevó la muerte en sí mismo para romper el poder de la misma
(Hebreos 2:14-15). En la cruz fue el Inmortal quien fue matado. Jesús fue humano pero inmortal. La lucha de Jesús en el jardín de Getsemaní fue
debida a la horrenda realidad que reconoció que estaba delante de El. Sabía que iba a tomar el pecado humano en Sí mismo e iba a conocer la
muerte como resultado, pero se sometió completamente a la voluntad del Padre. Ningún hombre con fuerza humana normal hubiera podido enfrentarse
jamás a lo que Jesús se enfrentó (Lucas 22:41-44).
Aquí es donde está el poder del Calvario en nosotros: no cuando intentamos comprenderlo todo, porque no lo haremos nunca; sino cuando
nos humillamos ante El, aceptamos su misterio y poder y cuando recibimos en nosotros mismos su efecto salvador.
El Hijo de Dios el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.
(Gálatas 2:20)

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