domingo, 19 de enero de 2025

Abre tu corazón a Jesús

 


Abre tu corazón a Jesús”

“Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. Apocalipsis 3:14-20

Las palabras más duras del Señor Jesucristo son dirigidas a la iglesia de Laodicea. Su problema era el orgullo y la ignorancia, provocados por su autosuficiencia y complacencia. Por esta razón recibió la condenación más severa de todas las que encontramos en estas siete palabras a las iglesias.

El Señor Jesucristo, se presenta aquí como: «He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero». Esta expresión subraya la fidelidad del Señor Jesucristo. En Él todas las promesas son firmes e inconmovibles. Él es el que garantiza todos los pactos de Dios para con el hombre.

Como vemos el carácter del Señor contrasta con el carácter y la infidelidad de estos cristianos. No hay ninguna palabra de alabanza, sino que Cristo reprocha a esta iglesia que no eran «ni fríos ni calientes». Ni amaban ni odiaban. No se apasionaban por nada, ni por lo bueno ni por lo malo. Eran indiferentes. Desagradables como beber agua tibia.

Con frecuencia, muchos de nuestros problemas nos vienen por irnos a los extremos y no guardar el necesario equilibrio. Pero aquí vemos que al Señor le desagrada que no seamos ni fríos ni calientes. Bueno, en realidad quiere que seamos calientes en el amor por él y que su obra arda continuamente en nuestros corazones.

La iglesia en Laodicea estaba en un grave peligro, porque si persistían en esa actitud, el Señor los vomitaría de su boca. La implicación es que, si no había un arrepentimiento genuino, la amenaza se iba a cumplir inmediatamente.

¿En qué consiste la tibieza? Implica indiferencia por las cuestiones espirituales. La persona no se preocupa por la enseñanza bíblica. No le importa si hay errores doctrinales y tampoco se preocupa por combatirlos. Falta el compromiso por la obra del Señor y despreocupación por el crecimiento espiritual personal. Se llega a un punto donde el creyente se confunde con el mundo y tampoco actúa como luz.

Describe a un cristianismo sin entrega verdadera, hipócrita, falso, mecánico, mezclado con el materialismo. Esta es una condición muy peligrosa en la que podemos llegar a caer y un cristiano carnal se puede comportar igual que un inconverso.

La iglesia de Laodicea decía que era rica y que no tenía necesidad de ninguna cosa. No veían ningún problema en su situación. Se negaban a verse tal como eran realmente. Demasiada confianza en sí mismos, ¿en dónde habían puesto su confianza? Expresaban su orgullo y satisfacción por lo que habían ganado con sus propios esfuerzos. Eran un pueblo orgulloso, tibio, infeliz, miserable, espiritualmente pobre, ciego y desnudo.

El orgullo espiritual no sólo es insensato, sino que también es peligroso, porque como la Escritura señala, «antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu», (Proverbios 16:18); en lugar de la dependencia del Señor, podemos llegar a sentirnos tan seguros de nosotros mismos, que podemos llegar a excluir al Señor de nuestras vidas. El Señor nos hace un llamado al arrepentimiento, a abrir nuevamente nuestro corazón a Él, a revestirnos de Cristo y a pedir discernimiento espiritual para ver nuestra condición. El Señor quiere entrar para tener una cálida comunión con nosotros.    Oración.

«Señor Jesús, me arrepiento de corazón de todas las ocasiones en las que he sido tibio, cuando no he dado lo mejor de mí, y con mis actitudes he negado mi fe, he sido complaciente y espiritualmente pobre. Deseo crecer en intimidad contigo, que me des claridad, que entienda cuál es tu propósito conmigo y que me llenes nuevamente con la plenitud de tu Espíritu, en el nombre de Jesús, amén.

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