domingo, 5 de julio de 2009

Si fuéramos cuidadosos para actuar bajo la dirección y el poder del Espíritu


Si fuéramos cuidadosos para actuar bajo la dirección y el poder del Espíritu bendito, aunque no fuésemos liberados de los estímulos y de la oposición de la naturaleza corrupta que queda en nosotros, esta no tendría dominio sobre nosotros. Los creyentes están metidos en un conflicto en que desean sinceramente esa gracia que puede alcanzar la victoria plena y rápida. Los que desean entregarse a la dirección del Espíritu Santo no están bajo la ley como pacto de obras, ni expuestos a su espantosa maldición. Su odio por el pecado, y su búsqueda de la santidad, muestran que tienen una parte en la salvación del evangelio.
Las obras de la carne son muchas y manifiestas. Esos pecados excluirán del cielo a los hombres. Pero, ¡cuánta gente que se dice cristiana vive así y dicen que esperan el cielo! -Se enumeran los frutos del Espíritu, o de la naturaleza renovada, que tenemos que hacer. Y así como el apóstol había nombrado principalmente las obras de la carne, no sólo dañinas para los mismos hombres, sino que tienden a hacerlos mutuamente nocivos, así aquí el apóstol nota principalmente los frutos del Espíritu, que tienden a hacer mutuamente agradables a los cristianos, como asimismo a hacerlos felices. Los frutos del Espíritu muestran evidentemente que ellos son guiados por el Espíritu.
La descripción de las obras de la carne y de los frutos del Espíritu nos dice qué debemos evitar y resistir y qué debemos desear y cultivar; y este es el afán y empresa sinceros de todos los cristianos reales. El pecado no reina ahora en sus cuerpos mortales, de modo que le obedezcan, Romanos vi, 12, pues ellos procuran destruirlo. Cristo nunca reconocerá a los que se rinden a ser siervos del pecado. Y no basta con que cesemos de hacer el mal sino que debemos aprender a hacer el bien. Nuestra conversación siempre deberá corresponder al principio que nos guía y nos gobierna, Romanos viii, 5. Debemos dedicarnos con fervor a mortificar las obras del cuerpo y a caminar en la vida nueva sin desear la vanagloria ni desear indebidamente la estima y el aplauso de los hombres, sin provocarse ni envidiarse mutuamente, sino buscando llevar esos buenos frutos con mayor abundancia, que son, a través de Jesucristo, para la alabanza y la gloria de Dios.

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