La sangre del pacto eterno
“Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor
Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os
haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en
vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la
gloria por los siglos de los siglos. Amén.” Hebreos 13:20-21
El pacto eterno descrito en Hebreos 8:10-12 dice así “Por lo
cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel Después de aquellos días,
dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, Y sobre su corazón las
escribiré; Y seré a ellos por Dios, Y ellos me serán a mí por pueblo; Y ninguno
enseñará a su prójimo, Ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor;
Porque todos me conocerán, Desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque seré
propicio a sus injusticias, Y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus
iniquidades.”
Ahora bien, la sangre que fue derramada para que este pacto
entrara en vigencia o se hiciera efectivo, no es precisamente la de un toro o
macho cabrio como lo era en el antiguo pacto, sino mejor, la preciosa sangre de
Jesucristo mismo, Hebreos 9:12 hablando de Él dice “y no por sangre de machos
cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre
en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.”
Como vemos, en este nuevo y eterno Pacto quienes intervienen
para que se lleve a cabo es Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo (Hebreos 9:14);
sin embargo, si alguna persona quiere ser beneficiaria de éste, todo lo que
tiene que hacer es creer, tener fe en lo que la Palabra de Dios está revelando
de Jesucristo y su obra de eterna redención y santificación, pues Hebreos 10:38
revela “Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará a mi alma.”
Y Romanos 1:17 expone “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por
fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.”
Hermanos, la sangre del pacto eterno, nos ha concedido
valiosas y preciosas promesas, Oración.
«Padre, gracias por el Espíritu Santo que has enviado a morar
en mí; gracias, oh Dios, porque sin Él que es quien conoce y escudriña todo de
ti, jamás yo podría ver ni entender lo que por mí en Jesucristo has hecho y me
has concedido. Gracias Padre, Hijo y Espíritu Santo, amén.
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