El precio
del discipulado
“Grandes
multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y no
aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun
también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y
viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque ¿quién de vosotros,
queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver
si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el
cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de
él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. ¿O qué rey, al
marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede
hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede,
cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones
de paz. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee,
no puede ser mi discípulo. Buena es la sal; más si la sal se hiciere insípida,
¿con qué se sazonará? Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan
fuera. El que tiene oídos para oír, oiga”. Lucas 14:25-35
Sabemos que
la visión del corazón del Padre es la Gran Comisión: ganar, edificar y enviar,
esto es hacer discípulos en todas las naciones. Es el mayor reto que se nos ha
hecho como seres humanos, de la persona más extraordinaria que haya vivido,
Jesucristo. Ninguna causa a la que nos entreguemos se puede comparar con este
llamado de Dios que cambia vidas, inclusive cambia al mundo.
Hoy vivimos
en un mundo de cambios rápidos y radicales; los corazones de los hombres están
llenos de frustración y angustia, pero también deseosos de ser amados, por eso
el discipulado es una tarea ardua, que implica un cuidado pastoral como el de
Jesús, amando, cuidando y compartiendo, para enseñar un estilo de vida que solo
Él vivió.
Como vemos
en este pasaje las multitudes eran atraídas por los milagros de Jesús y
esperaban el establecimiento de un reino terrenal, que les resolviera todas sus
necesidades. Hoy el mundo es igual, el pecado, la violencia, la corrupción
moral y religiosa, está llevando al caos todo el sistema global, y se busca por
todos los medios humanos la paz, la reconciliación y el progreso social y
económico. Pero jamás el ser humano podrá resolverlo porque el problema es
espiritual, la ausencia de Dios en la vida de las personas ha generado todo lo
que vivimos. Por eso, el llamado como cristianos es urgente, hay que ir a hacer
discípulos a todas las naciones llevando el evangelio de Jesús que es lo único
que puede dar esperanza.
Ser
discípulos del Señor requiere un costo que no todos los creyentes están
dispuestos a pagar, porque el verdadero discipulado implica: entrega, renuncia
y sacrificio. Se trata de subordinar todos nuestros deseos a la lealtad a
Cristo. Lo que debe llevarnos a morir al egocentrismo y estar preparados para
resistir el sufrimiento y el martirio si es necesario.
Aquí el
Señor hace un paralelo con la edificación de un edificio que es muy costoso o
librar una guerra que es peligrosa, lo que ilustra el costo y el peligro que
los discípulos de Cristo debemos enfrentar, porque el discipulado significa
total renunciación a nuestros intereses por amor de Jesús. Se refiere a una
cuestión de total consagración y máxima realización del propósito de Cristo
para nosotros en este tiempo, que no es nada fácil.
Aunque la
contienda por la salvación de nuestra parte sea terriblemente desigual, nuestra
voluntad personal debe estar sometida a la voluntad de Dios, ejerciendo esa fe
que “vence al mundo”, como dice 1 Juan 5:4 “Porque todo lo que es nacido de
Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra
fe”. Recordemos que estamos vigorizados por el poder del Espíritu Santo como lo
expresa Hebreos 11:34 “apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada,
sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga
ejércitos extranjeros”.
El
discipulado entonces significa la disposición de una persona para colocar las
demandas de Jesús por encima de las de ella o de su familia. Los discípulos
deben estar dispuestos a negarse a sí mismos por completo, tomando su propia
cruz lo que significa estar listo para lo que se venga. Es necesario calcular
el costo de decir “no al yo” antes de comenzar un camino que no se pueda seguir
hasta el final. Debemos considerar el costo de ser un discípulo de Cristo, al
grado de saber a qué nos comprometemos y que más tarde no sintamos la tentación
de volvernos atrás. Que podamos ser la buena sal de la tierra, para sazonar a
quienes nos rodean con el sabor de Cristo.
Oración.
«Jesús, ayúdame por favor a cumplir con tu llamado, a llevar tu mensaje de amor y perdón y hacer discípulos en todas las naciones. Señor quiero ser luz y sal para este mundo que está en tinieblas, cegado por el pecado y el engaño de este siglo. Lléname con tu poder para compartir el evangelio de amor y de esperanza a todo el que se cruce en mi camino, dispón los corazones de las personas y llena ese vacío espiritual, en el Nombre de Jesús, amén.
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