martes, 6 de octubre de 2015

Salmos. 49.v1-20

Salmos. 49.v1-20
49.1 La futilidad de la mundanalidad: riquezas, jactancia y fama, resuenan en este salmo. Comparable en su forma con el libro de Eclesiastés, este salmo es uno de los pocos escritos cuyo propósito es enseñar, más que alabar.

49.7, 8, 15 En el mercado de esclavos del mundo antiguo, un esclavo tenía que redimirse o rescatarse (alguien tenía que pagar el precio) para quedar en libertad. En Mar_10:45, Eph_1:7 y Heb_9:12, aprendemos que Jesús pagó ese precio para darnos la libertad de la esclavitud del pecado a fin de comenzar a disfrutar una vida nueva con El.
No hay forma de que una persona compre la vida eterna con Dios. Sólo El puede redimir un alma. No cuente con la riqueza ni la comodidad para hacerlo feliz, porque nunca tendrá lo suficiente para evitar la muerte.

49.10-14 El rico y el pobre tienen algo en común: al morir, dejan todo lo que poseen en la tierra. En el momento de la muerte (y todos la enfrentaremos), tanto ricos como pobres están desnudos y llevan las manos vacías ante Dios. Las únicas riquezas que tendremos en ese momento son las que invertimos en nuestra herencia eterna. Al morir, cada uno desearemos haber invertido menos en la tierra, donde debemos dejarlo todo, y más en el cielo, donde lo retendremos para siempre. Para tener tesoros en los cielos debemos poner nuestra fe en Dios, comprometernos a obedecerle y utilizar nuestros medios para el bien de su Reino. Este es un buen momento para analizar sus inversiones y ver dónde ha invertido la mayor parte. Luego, haga todo lo necesario para colocar sus inversiones donde realmente son eternas que es en El Reino de los Cielos

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