El servicio
como respuesta al amor
“Aconteció
después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando
el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían
sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba
Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza
intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes”.
Lucas 8:1-3
María
Magdalena, Juana, Susana y otras mujeres que no se nombran aquí, formaban parte
del equipo humano que servía y ayudaba a Jesús durante su ministerio. Eran
mujeres agradecidas por lo que el Señor había hecho en sus vidas. La mayor
motivación para servir a Cristo debe ser el amor y la gratitud hacia Él.
Estas
mujeres habían sido testigos de la crucifixión del Señor, lo acompañaron hasta
el final como dice Mateo 27:55-56 “Estaban allí muchas mujeres mirando de
lejos, las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole, entre las
cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre
de los hijos de Zebedeo”; estuvieron presentes en la sepultura de Jesús, vieron
donde lo pusieron y compraron especias aromáticas para ungirle, Marcos 16:1.
Fueron
también las primeras en escuchar el anuncio angelical sobre la resurrección de
Jesús, Marcos 16:6-8 nos relata: “Mas él les dijo: No os asustéis; buscáis a
Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el
lugar en donde le pusieron. Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él
va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo. Y ellas se
fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temblor y espanto; ni
decían nada a nadie, porque tenían miedo”.
Estas
mujeres fueron fieles discípulas de Jesús, y se les puede considerar un ejemplo
para nosotros, de que nada puede impedir que rindamos un servicio fructífero a
Jesús con todo nuestro amor, si hemos sido salvados, sanados y liberados.
Estas
mujeres le acompañaban en sus giras, como sus sostenedoras, sirviéndole con sus
bienes, Cristo vivía del amor de su pueblo rescatado. Él había sembrado lo más
importante, lo espiritual y cosechaba lo material como dice 1 Corintios 9:11
“Si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual, ¿es gran cosa si segáremos
de vosotros lo material?, además el apóstol Pablo agrega en 1 Corintios 9:14
“Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del
evangelio”.
El Señor
Jesús dignificó la vida de esas mujeres, les dio el valor que merecían, pues en
esa época la mujer no se consideraba importante. Recordemos que no es siempre
el que más se ve, el que hace lo más importante. No hay don que no se pueda
usar en el servicio de Cristo. Muchos de sus servidores más valiosos están en
el trasfondo, invisibles pero esenciales a la causa.
Amados,
Jesús lo dio todo por nosotros, su propia vida para darnos perdón, salvación y
vida eterna, la manera más grande de servirle es en respuesta a ese amor
incondicional, por eso debe recibir todo de nosotros, nuestra vida, nuestro
tiempo, nuestros talentos y también nuestros recursos. Gocémonos por todas sus
bendiciones y correspondamos en amor; el cual es perfecto sólo cuando está
dando para el bien de otros. Oración.
«Amado Jesús, gracias por dar tu vida por mí, por haberme sacado de la servidumbre del pecado a la luz maravillosa de tu reino. Ahora quiero corresponder a ese amor con compañerismo y servicio y recuérdame a todas aquellas personas que están detrás del escenario en el ministerio de la iglesia, porque a menudo son los que sustentan el trabajo de los que presiden, con un trabajo menos visible pero igualmente importante. Enséñame a dar sin esperar recibir, simplemente por amor por todo lo que me has dado, amén.
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