lunes, 27 de febrero de 2017

Proverbios 9.7-12

Proverbios 9.7-12

“El temor de Jehová es el principio de la sabiduría” (Pr 9.10). A primera vista, puede ser difícil entender la relación entre estos dos conceptos. ¿Cómo puede el temor a Dios hacernos sabios?

Primero, necesitamos entender lo que significa temer al Señor. Este término se usa para referirse al temor reverencial a Dios que nos lleva a reconocerlo como el Soberano del cielo y la Tierra, a someternos a su voluntad, y a andar en obediencia. El resultado de tal respuesta será la obtención de sabiduría.

Quienes se consagran a vivir para los propósitos de Dios, no para los suyos, tendrán una mayor comprensión de Él. El Espíritu Santo les capacitará para ver las circunstancias y las personas desde la perspectiva divina. Esta clase de sabiduría va más allá de la percepción humana, y nos da discernimiento para tomar decisiones que se ajustan a los planes del Señor para nuestra vida. Al saber que Él siempre obra para nuestro bien, nos da el poder para tener confianza tanto en los buenos como en los malos tiempos.

Quienes rechazan los mandatos del Señor le deshonran con su negativa a reconocer su derecho a gobernar sus vidas. Es una necedad rebelarse contra su autoridad y pensar que se puede ganar. Quienes no temen a Dios nunca conocerán la verdadera sabiduría.


¿Cuál es su actitud hacia el Señor? Si de verdad lo reverencia, escuchará sus mandatos y atenderá sus advertencias. El deseo de honrarle y agradarle le motivará a dar la espalda al pecado y a buscar con ahínco vivir en obediencia. El resultado será la sabiduría que va más allá de la comprensión humana.

domingo, 26 de febrero de 2017

Colosenses 2.13, 14

Colosenses 2.13, 14

La humanidad tiene una gran deuda. En el mundo físico, nuestro deseo de tener un nivel más alto de vida y más “cosas” ha llevado a saldos excesivos en las tarjetas de crédito y a hipotecas difíciles de manejar. El peso de lo que debemos puede producirnos noches agitadas y la sensación de que estamos atrapados. Anhelamos que alguien nos rescate del lío en que estamos.

Sin embargo, el endeudamiento material no es nuestro mayor problema. Es nuestra deuda de pecado. Todos nacimos con una naturaleza carnal que nos lleva a rebelarnos contra el Señor. Nuestra rebeldía es una afrenta a su naturaleza santa, por lo cual hemos contraído una deuda con Él. Hasta que se pague esta deuda, estamos bajo el justo juicio de Dios, y separados de Él espiritualmente (Ef 2.1, 2). El problema es que no podemos pagar lo que debemos. Ninguna cantidad de buenas obras, de sacrificios o de devoción religiosa disminuirá lo que debemos.

Por tanto, Dios, por su gran misericordia, envió a su Hijo para salvarnos. Jesucristo dejó el cielo y toda su gloria para poder venir al mundo a vivir y morir por nosotros (Fil 2.6, 7). Aunque el costo para nuestro Salvador fue enorme, Él voluntariamente pagó el castigo que merecíamos. Tomó sobre sí mismo nuestros pecados, los llevó a la cruz, y canceló nuestra deuda en su totalidad. ¡Aleluya!


Cuando recibimos a Jesús como nuestro Salvador, su obra expiatoria es acreditada a nuestra cuenta. Nos convertimos en hijos de Dios y coherederos con Cristo —pasamos de ser deudores a herederos (1 P 1.3, 4). Permita que el sacrificio que Él hizo en la cruz, impregne su mente, actitudes y decisiones.

sábado, 25 de febrero de 2017

Salmo 25.12

Salmo 25.12

¿Cómo puede usted estar seguro de que está tomando la decisión correcta? A veces, puede parecer que Dios juega a las escondidas cuando tratamos de conocer su voluntad, pero no es así como Él actúa. Él quiere darnos una dirección clara. La verdadera pregunta es: ¿Qué se necesita para escuchar su voz?

Limpiar el camino. Tenemos dos grandes obstáculos que ponen trabas a nuestro discernimiento: el pecado en nuestra vida, y nuestros deseos. Para recibir la dirección del Señor, debemos arrepentirnos de todo pecado conocido, y subordinar nuestros deseos a los de Él.

Ejercer la paciencia. A veces, se necesita mucha resistencia para permanecer quieto cuando todo nuestro ser nos dice: “¡Date prisa! ¡El tiempo se acaba!” Pero si usted se adelanta a Dios puede errar en su voluntad.

Perseverar en la oración. La Biblia nos enseña claramente que traigamos siempre nuestras preocupaciones a Dios. Cuando perseveramos en la oración, Él elimina gradualmente nuestra confusión hasta que llegamos finalmente a conocer su voluntad.


Escudriñar la Biblia. La Palabra de Dios tiene una respuesta para cada necesidad, y el Espíritu Santo sabe cómo dirigirnos a ellas. Recuerdo las veces en que, leyendo la Biblia, un versículo me ha dado la respuesta exacta que necesitaba para tomar una decisión. Muy a menudo, cuando nos enfrentamos a una decisión importante, todo lo que queremos del Señor es una respuesta rápida. Pero Dios se deleita en reunirse con nosotros para profundizar nuestra relación con Él. No permita que la urgencia de su necesidad le impida disfrutar de la presencia de Dios.

viernes, 24 de febrero de 2017

Filipenses 4.10-13

Filipenses 4.10-13

Por lo general, asociamos el contentamiento con las condiciones favorables. Cuando nuestras relaciones familiares son buenas, el trabajo es satisfactorio y no tenemos problemas de salud o económicos, entonces nos sentimos bien. Pero si algo sale mal, nuestro contentamiento desaparece.

Eso no es lo que el pasaje de hoy nos está diciendo. Pablo había aprendido a tener contentamiento, sin importar cuáles fueran sus condiciones. Esta es una noticia maravillosa para nosotros, porque significa que nosotros, también, podemos aprender a tener contentamiento, sin importar lo que estemos enfrentando. Debemos recordar que:

Pablo tenía contentamiento porque descansaba en la fidelidad de Dios. Sabía que el Señor tiene todo el control (Sal 103.19), y que ha prometido que todo lo que disponga sea para el bien de sus hijos (Ro 8.28). En todas y cada una de las circunstancias, Pablo descansaba en la seguridad de la mano soberana y amorosa de Dios. El apóstol también confiaba en que todo lo que iba a necesitar, lo recibiría en el tiempo del Señor.

Su contentamiento fluía también de su enfoque en Cristo. Aunque estaba escribiendo desde una prisión romana, Pablo no se sentía víctima ni se regodeaba en la auto compasión. De principio a fin en la carta a los Filipenses, hablaba de Cristo. De hecho, su deseo más grande en la vida era conocer al Señor y participar de sus padecimientos (Fil 3.10).

Nunca podremos encontrar contentamiento permanente en nuestras circunstancias, pero podremos encontrarlo en Cristo. 


jueves, 23 de febrero de 2017

Filipenses 1.12-25

Filipenses 1.12-25

Si usted tuviera el poder de cambiar sus circunstancias, ¿lo haría? Puesto que nadie tiene una vida sin problemas, la mayoría de nosotros diría que sí. Sin embargo, la realidad es que debemos aprender a vivir con algunas de nuestras circunstancias difíciles, porque solo Dios tiene el poder de alterarlas, y en su providencia ha permitido que se mantengan.

Tomemos, por ejemplo, al apóstol Pablo. Tenía el deseo de ir a Roma para predicar el evangelio, pero no previó la manera que Dios usaría para llevarlo allá. Todo comenzó con acusaciones falsas contra él en Jerusalén, su apelación a César, un viaje por un mar embravecido, un naufragio, y además el tiempo que iba a estar preso en Roma. Probablemente, esto no era lo que Pablo había imaginado, pero mientras estaba encadenado a una guardia romana, escribió estas palabras a la iglesia en Filipos: “Las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio” (Fil 1.12). La misma circunstancia que pudo haberle parecido una desgracia, se convirtió en el medio para un servicio fructífero.

Lo que parece un naufragio o un desvío en nuestros planes, pudiera ser el sendero ordenado por Dios para nuestra vida, pero existe una certeza a la cual podemos aferrarnos: Jesucristo está con nosotros y nunca cambia.


Las condiciones a nuestro alrededor fluctuarán, pero si somos de Cristo, Él usará cada situación para hacer su voluntad en y a través de nosotros. Incluso cuando enfrentemos asuntos de vida o muerte, podemos desear lo mismo que Pablo: que Cristo sea exaltado en nosotros, ya sea por vida o por muerte.

miércoles, 22 de febrero de 2017

Mateo 28.18-20

Mateo 28.18-20

Enseñar del Espíritu Santo y predicar acerca del Espíritu Santo, Es necesario. Los cristianos los que somos Hijos de Dios El Padre sabemos que Dios nuestro padre celestial se da a conocer a este Mundo en tres personas distinta pero que es un solo Dios verdadero. A veces, incluso quienes han sido cristianos por mucho tiempo, piensan en la Trinidad como una jerarquía. En su modo de pensar, el Padre es Dios, Jesús está ligeramente por debajo de Él en jerarquía y preeminencia, y el Espíritu Santo es el servidor de ambos. Aunque esto puede ajustarse a los modelos humanos de autoridad, no es bíblico.

Según la Biblia, los tres miembros de la Trinidad son plenamente Dios.

Dios Padre – Jesucristo se refirió a su Padre como Dios (Jn 5.17, 18).

Dios Hijo – Juan 1.1 identifica a Jesús como divino. Aunque Cristo nunca se llamó específicamente a sí mismo “Dios”, su Padre sí le dio ese título (He 1.8). Además, Jesús reconoció tener poder ilimitado, un atributo que solo poseía el divino Creador (Mt 28.18), y también aceptó ser adorado (Mt 14.33; Jn 9.38).

Dios Espíritu Santo – Después de declarar que Dios resucitó a Cristo de entre los muertos, el Nuevo Testamento acredita al Espíritu Santo la Resurrección (Ro 8.11). Jesús reforzó esta idea cuando envió a los discípulos a bautizar a los nuevos creyentes en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.


La Biblia confirma que cada miembro de la Trinidad es igualmente Dios. Padre, Hijo y Espíritu Santo funcionan como una unidad; ninguno es más importante o menos esencial que los otros dos. Los tres están enfocados en su plan para la humanidad: en la salvación y transformación del hombre, y en la gloria a Dios.

martes, 21 de febrero de 2017

Juan 14.26-27

Juan 14.26-27

Aunque la palabra Trinidad no se encuentra en la Biblia, la verdad de ella sí. Aunque hay un solo Dios, la Deidad se compone de tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Todas son igualmente omniscientes, omnipotentes, omnipresentes, eternas e inmutables, pero cada una tiene funciones exclusivas.

La Biblia enseña cómo cada miembro de la Trinidad cumple con su papel específico, y también la manera como se interrelacionan estos roles. Permítame expresar esta idea en términos sencillos: el Padre crea un plan, Jesucristo lo ejecuta y el Espíritu Santo lo dirige.

La redención muestra estas funciones de una manera clara. El Padre concibió y organizó la manera en que sería redimida la humanidad (Gá 4.4, 5). Puso en marcha un complejo conjunto de acontecimientos, acciones y profecías que culminaron en la vida y muerte de un Salvador. El Hijo llevó a cabo el plan (Jn 6.37, 38). Siguió las instrucciones del Padre de venir a la Tierra, aunque eso significaba que tendría que morir. El Espíritu Santo se encarga de que cada persona sienta el llamamiento a la gracia salvadora de Dios (Jn 16.8; Ro 1.19, 20). Además, transforma la vida y el corazón de quienes reciben la salvación por medio de Jesucristo.


Padre, Hijo y Espíritu Santo son iguales en sus atributos divinos. Pero se relacionan con la humanidad de una manera diferente para cumplir con funciones distintas, porque cada uno tiene una función específica. Es muy importante entender esta diferencia. No tenemos tres dioses; sino un solo Dios en tres personas que funcionan de manera integrada, particular y perfecta.