viernes, 14 de noviembre de 2014

Hechos 9:1-2

Hechos 9:1-2

Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén.



A veces, cuando leo la biblia, debo poner atención para no pasar por alto ningún detalle. También debo recordarme en que a veces sus descripciones pueden sonar muy exageradas pero si las traigo a tiempo presente, con el vocabulario actual, logro entender que he caído en las mismas situaciones y logro identificarme con el contexto. Por ejemplo, cuando el versículo nos habla de que Saulo respiraba amenazas y muerte en contra de los discípulos mi primer pensamiento fue que yo no he estado en una situación así. Pero, si reflexiono un poco sobre aquellos momentos en los que mi enojo, mi ira o mi rencor han tomado dominio sobre mí, definitivamente que mis pensamientos y mis respiros no eran de amor sino que estaban llenos de amenazas. Piénsalo. No estamos muy distantes de lo que Saulo estaba pensando. ¿En cuántas ocasiones no has tenido sentimientos de venganza? Se honesto. Saulo era un hombre judío que no soportaba ver que los seguidores de Jesús pudieran tener éxito compartiendo el evangelio que él consideraba falso. Dentro de su coraje e ira, decide tomar cartas en el asunto pidiendo por la autoridad de poder arrestar y llevar a juicio a todos aquellos que estuvieran predicando al Nazareno.
¡Cuánto odio! ¡Cuánta amargura acumulada!
Aunque pareciera distante su reacción, es muy importante ser analíticos y entender si tenemos esas mismas reacciones. Cuando alguien nos hace algo, tenemos dos opciones para reaccionar: la difícil y la fácil. Empezaré por la fácil. En ésta, haces lo primero que te viene a la mente. De hecho no estás al control y solamente sientes un deseo de venganza. Puede ser que guardes este sentimiento por muchos años, incluso ahora mismo puedes estar recordando alguno que no has dejado ir y esperas el momento de poder desquitarte o sacarte esa espina. En cuanto a la segunda, involucra al Espíritu Santo y sus frutos: dominio propio. Entregas tus corajes, enojos e iras al Señor. Recuerdas que Él es quien hace justicia, que de Èl es la venganza y que Él es la Ley. Finalmente tú pones la otra mejilla y recuerdas que fuiste perdonado sin merecerlo por la increíble gracia y misericordia de Dios. ¿Difícil no? La mayoría estamos dentro de la primera, pero nuestra meta es estar en la segunda.
Perdona. Ama a tu prójimo incluyendo al que te ha lastimado o a tus enemigos. No permitas que la ira tome el control pues tus decisiones serán totalmente incorrectas. ¡Medítalo! Insisto, se honesto.

Oración
Padre nuestro: Tú que eres Todopoderoso te pido porque puedas quitar de mi corazón mis enojos, corajes, amarguras e iras. Quita de mí cualquier deseo de venganza y guíame para poder poner la otra mejilla como Jesús lo hizo. Ayúdame a hacer tu voluntad primero que la mía. Te lo pido en el nombre de Cristo Jesús
Amén.

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