Abre tu corazón a Jesús”
“Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el
Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice
esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o
caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi
boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa
tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre,
ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en
fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra
la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo
reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He
aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta,
entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. Apocalipsis 3:14-20
Las palabras más duras del Señor Jesucristo son dirigidas a
la iglesia de Laodicea. Su problema era el orgullo y la ignorancia, provocados
por su autosuficiencia y complacencia. Por esta razón recibió la condenación
más severa de todas las que encontramos en estas siete palabras a las iglesias.
El Señor Jesucristo, se presenta aquí como: «He aquí el Amén,
el testigo fiel y verdadero». Esta expresión subraya la fidelidad del Señor
Jesucristo. En Él todas las promesas son firmes e inconmovibles. Él es el que
garantiza todos los pactos de Dios para con el hombre.
Como vemos el carácter del Señor contrasta con el carácter y
la infidelidad de estos cristianos. No hay ninguna palabra de alabanza, sino
que Cristo reprocha a esta iglesia que no eran «ni fríos ni calientes». Ni
amaban ni odiaban. No se apasionaban por nada, ni por lo bueno ni por lo malo.
Eran indiferentes. Desagradables como beber agua tibia.
Con frecuencia, muchos de nuestros problemas nos vienen por
irnos a los extremos y no guardar el necesario equilibrio. Pero aquí vemos que
al Señor le desagrada que no seamos ni fríos ni calientes. Bueno, en realidad
quiere que seamos calientes en el amor por él y que su obra arda continuamente
en nuestros corazones.
La iglesia en Laodicea estaba en un grave peligro, porque si
persistían en esa actitud, el Señor los vomitaría de su boca. La implicación es
que, si no había un arrepentimiento genuino, la amenaza se iba a cumplir
inmediatamente.
¿En qué consiste la tibieza? Implica indiferencia por las
cuestiones espirituales. La persona no se preocupa por la enseñanza bíblica. No
le importa si hay errores doctrinales y tampoco se preocupa por combatirlos.
Falta el compromiso por la obra del Señor y despreocupación por el crecimiento
espiritual personal. Se llega a un punto donde el creyente se confunde con el
mundo y tampoco actúa como luz.
Describe a un cristianismo sin entrega verdadera, hipócrita,
falso, mecánico, mezclado con el materialismo. Esta es una condición muy
peligrosa en la que podemos llegar a caer y un cristiano carnal se puede
comportar igual que un inconverso.
La iglesia de Laodicea decía que era rica y que no tenía
necesidad de ninguna cosa. No veían ningún problema en su situación. Se negaban
a verse tal como eran realmente. Demasiada confianza en sí mismos, ¿en dónde
habían puesto su confianza? Expresaban su orgullo y satisfacción por lo que
habían ganado con sus propios esfuerzos. Eran un pueblo orgulloso, tibio,
infeliz, miserable, espiritualmente pobre, ciego y desnudo.
El orgullo espiritual no sólo es insensato, sino que también
es peligroso, porque como la Escritura señala, «antes del quebrantamiento es la
soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu», (Proverbios 16:18); en
lugar de la dependencia del Señor, podemos llegar a sentirnos tan seguros de
nosotros mismos, que podemos llegar a excluir al Señor de nuestras vidas. El
Señor nos hace un llamado al arrepentimiento, a abrir nuevamente nuestro
corazón a Él, a revestirnos de Cristo y a pedir discernimiento espiritual para
ver nuestra condición. El Señor quiere entrar para tener una cálida comunión
con nosotros. Oración.
«Señor Jesús, me arrepiento de corazón de todas las ocasiones
en las que he sido tibio, cuando no he dado lo mejor de mí, y con mis actitudes
he negado mi fe, he sido complaciente y espiritualmente pobre. Deseo crecer en
intimidad contigo, que me des claridad, que entienda cuál es tu propósito
conmigo y que me llenes nuevamente con la plenitud de tu Espíritu, en el nombre
de Jesús, amén.