Un llamado a la diligencia
“En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en
espíritu, sirviendo al Señor” Romanos 12:11
Este año hay que empezarlo con entusiasmo, el Señor nos pide
aquí tres cosas: ser diligentes, fervientes en espíritu y servir. Los creyentes
no debemos ser perezosos en todo aquello que requiere celo, como son las cosas
del Señor. Debe haber una cierta intensidad en la vida cristiana y no darle
lugar al letargo espiritual, más en este momento donde el mundo es un campo de
batalla entre el bien y el mal. El tiempo es corto y la vida es una preparación
para la eternidad. La palabra griega para diligencia es “spoude” que significa
“apresurarse a hacer algo, esforzarse, procurar con mucho deseo”.
El consejo lo da el apóstol Pablo quien sabía muy bien cómo
aprovechar el tiempo. Nunca se lamentó por haber perdido una oportunidad para
evangelizar, ayudar a otros, exhortar, aconsejar, predicar, enseñar o ser
misericordioso. Lo contrario a diligente, como se menciona en el versículo, es
ser “perezoso”. En griego es “okneros” que da la idea de encogerse, ser tímido,
retardarse o ser negligente. Muchas veces Dios nos presenta maravillosas
oportunidades para crecer, aprender, corregir una falta, restaurar, hablar de
Cristo a otras personas, incluso de trabajo, ministerio, o ayudar a alguien y
actuamos perezosamente.
La pereza también nos hace ignorar las necesidades de los
demás. Necesitamos evaluar nuestras prioridades. Hay muchas cosas secundarias
que podemos dejar para mañana, pero nunca las importantes. No permitamos que la
pereza detenga nuestro crecimiento, nos haga perder los buenos hábitos espirituales
y terminemos abandonando el servicio al Señor.
Debemos mantener el espíritu al rojo vivo, un espíritu
ferviente, el Señor Jesús en Apocalipsis 3:1 dice que lo único que no puede
tolerar es que seamos tibios en nuestra relación con Él. Permitir que el
Espíritu Santo nos incendie para Cristo. Este celo, que el Espíritu mismo hace
arder en nosotros, nos llevará a servir verdaderamente al Señor. Servir al
Señor es no dejar escapar las oportunidades que nos brinda de aprender algo
nuevo, o de podar algo viejo o infructuoso; de dar una palabra de ánimo, o de
advertencia, de ayudar, o de consolar. Son oportunidades que no se nos volverán
a presentar. Oración.
«Amado Señor, enséñame a tener una relación de amor contigo
encendida por el poder y la gracia del Espíritu Santo, a ser diligente en tu
obra para predicar, enseñar y aconsejar a los demás, a servirte con un espíritu
ferviente, con temor y temblor, recuérdame que el tiempo es corto y la vida es
una preparación para la eternidad. En el precioso nombre de Jesús, amén.