Ser amigo de Dios
“Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo
escogí, descendencia de Abraham mi amigo.”, Isaías 41:8
“Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y
le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios.”, Santiago 2:23
Somos seres creados para vivir de manera social, por esto en
los mandamientos de Dios es consistente el principio de que si amo a Dios, debo
manifestarlo amando a los demás (Mateo 22:37-39). Sin embargo, el pecado nos
lleva a pleitos, contiendas, diferencias irreconciliables y a romper
relaciones; corazones heridos, lágrimas y finalmente enemistades.
La solución a esto es iniciar y cultivar la mejor amistad de
todas, la amistad con Dios. Abraham es nuestro ejemplo, pues Dios mismo dice:
“Abraham mi amigo” (Isaías 41:8b); qué maravilloso sería que también afirmara
esto de cada uno de nosotros; (ahora te invito para que digas tu nombre y
completes con la frase «mi amigo»). Y esto es posible gracias a Jesús, pues él
con su muerte nos reconcilió con el Padre: “Y todo esto proviene de Dios, quien
nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la
reconciliación” (2 Corintios 5:18). Es decir, no solo nos dio la oportunidad de
ser sus amigos, sino que nos puso la misión de traer a otros amigos cuando les
compartimos acerca de Jesús.
La amistad con el mundo es enemistad contra Dios, la amistad
con el mundo es incierta y llena de traiciones, desengaños y dobleces; en
contraste, la amistad con Dios es la amistad con un Padre bondadoso, lleno de
amor, un Dios justo que para darnos su amistad dio en sacrificio a su propio
Hijo, para que creyendo nosotros en él fuese pagado el precio de nuestra
condena. Así como Abraham inició esta amistad cuando le creyó a Dios, nosotros,
creyendo en Jesús por medio de su sangre nos es contado por justicia y somos
entonces sus amigos: “para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham
alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del
Espíritu.” (Gálatas 3:14). El Espíritu Santo es la garantía de nuestra amistad
eterna con el Padre. Oración.
«Padre amado, gracias porque me ofreciste tu amistad enviando
a Cristo a salvarme, cuando era enemigo tuyo por mi pecado, pero Cristo pagó el
precio de mi maldad con su muerte y al resucitar confirmó la victoria que ahora
por la fe tengo también para mi. Te adoro Señor por amarme tanto y darme tu
Espíritu que me confirma que soy ahora tu amigo. En el nombre de Jesús. Amén.