La palabra de gracia no promueve el pecado
Cuando, como creyentes, entendemos el significado personal de
la gran obra que Jesús realizó en la cruz, somos llevados genuinamente a no
querer practicar el pecado. Ser conscientes de que Jesucristo nos liberó de la
esclavitud del pecado que nos llevaba a la muerte y conocer que su Espíritu
ahora mora en nosotros, son la clave que nos lleva a evidenciar con nuestros
actos, la obra de santidad, purificación y justificación que Jesús ya hizo en
nosotros.
La importancia de conocer que su Espíritu mora en nosotros es
porque a través de Él, Dios vivifica nuestros cuerpos mortales para que ya no
sirvamos más al pecado, “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me
ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2). Entonces cuando
nosotros cultivamos una relación de amor, sinceridad y dependencia absoluta del
Espíritu Santo, lo que en nosotros se va a evidenciar es su obra vivificadora,
haciendo morir en nuestro cuerpo las obras de la carne que conducen a la
muerte, y guiándonos a vivir en las obras de justicia que nos traen vida y paz
(Romanos 8:6,10-11).
De manera que, conocer esa palabra de gracia que nos revela
la perfecta y completa obra de perdón, santidad y justificación que Jesús por
nosotros realizó en la cruz, de ninguna manera debe promover en nosotros el
pecado, sino todo lo contrario, un fruto genuino y constante que evidencie la
presencia y el poder del Espíritu Santo en nuestro corazón. “Y manifiestas son
las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia,
idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas,
disensiones, herejías” “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas
no hay ley.” Gálatas 5:19-20, 22-23. Oración.
«Amado Dios, que la grande gracia que has tenido conmigo y
con todo creyente de perdonar nuestros pecados y enviar a tu Espíritu a morar
en nuestro corazón, produzca en mi vida de manera genuina y constante el fruto
de la santificación, cumpliéndose así tu propósito y anhelo de que yo viva una
vida para tu gloria, por Jesucristo mi Señor, amén.