Cinco razones para orar en privado
Orar en privado es una disciplina necesaria e indispensable
para la vida y el crecimiento cristiano. Sin embargo, una disciplina que con
frecuencia y ligereza se descuida en la iglesia. Quizá una escaza convicción de
nuestra pecaminosidad y de la abundancia de Dios y una débil consciencia de los
beneficios que produce la oración privada, son las mayores causas de tan grande
descuido.
Un pastor congregacionalista inglés hablaba de “la vida
secreta de oración”. Pero ¿por qué es importante orar en privado? ¿Por qué
debemos apartarnos a solas para la oración? Aquí algunas razones.
1. Debemos orar en
privado porque Jesús lo mandó. La oración en familia, la oración
congregacional, la oración constante que hacemos durante el día y la oración
por los alimentos son todas formas importantes de oración, pero no debemos
olvidar que la oración privada es un deber. Un mandato que nuestro Señor dejó a
sus discípulos mientras enseñaba en el Sermón del Monte. Cuando denunciaba la
hipocresía de los fariseos, les dijo “más tu cuando ores, entra en tu aposento
y cerrada la puerta ora a tu Padre que está en secreto” (Mateo 6:6). Por lo
tanto, descuidar la práctica de la oración privada es desobedecer a un claro
mandato de Jesús a su iglesia. El
misionero americano del siglo XVIII David Brainer, en su diario se refirió a
sus devociones personales como sus “deberes privados”. Brainer estaba en lo
cierto. La oración privada es un deber. Y como cualquier otro mandamiento
debemos cumplirlo.
2. Debemos orar en
privado porque nuestro Señor también lo hizo. Es decir, Jesús también
practicaba la disciplina de la oración privada. El evangelista nos dice que “él
se apartaba a lugares desiertos y oraba” (Lucas 5:16). Desde luego que
sorprende, pues aun siendo Dios, Jesús también tomaba tiempo para apartarse y
orar al Padre. A ese respecto podemos decir que Jesús oraba porque en su
naturaleza humana, él también dependía de Dios y como Hijo, oraba porque
disfrutaba de la comunión con Su Padre. Además se nos dice que “Levantándose
muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, salió, y se fue a un lugar
solitario, y allí oraba” (Marcos 1:35). Incluso la noche que fue arrestado en
el huerto de Getsemaní, se apartó de sus discípulos para orar a solas (Mateo
26:36-39; Marco 14:32-35). Si vamos a crecer en semejanza de Cristo, eso
implica que debemos ser personas que oran como nuestro Señor. Ser como Jesús
incluye depender de Dios y esta dependencia se refleja sobre todo por media la
disciplina diaria de la oración privada. Una muestra de esto lo vemos en el
apóstol Pedro. Lucas nos dice que mientras estaba en casa de Simón en la ciudad
de Jope, “Pedro subió a la azotea para orar, cerca de la hora sexta”(Hechos
10:9).
3. Debemos orar en privado porque así minimizamos las
distracciones. Como resultado de esto,
al orar en secreto aumentamos nuestra capacidad de enfocarnos en Dios. Orar en privado
es la manera más eficaz para librarnos de ser distraídos y así estar más
enfocados en el Señor. Por naturaleza, nuestras mentes son frágiles y propensas
a la distracción. Cuando oramos, necesitamos apartarnos del bullicio (provocado
por los quehaceres, las personas y los afanes de este mundo) para centrar
nuestros pensamientos y corazones en Dios. Esto implica dejar de lado cualquier
otra actividad y aislarnos a un lugar secreto, sola y exclusivamente para
orar. Marta y María ilustran este
contraste. La primera, afanada y turbada con muchas cosas y la segunda
escogiendo lo mejor, sentada y escuchando a los pies del Señor (Lucas
10:38-42). El profeta Elías mientras se refugió en la cueva no experimentó a
Dios en el viento, ni en el terremoto ni en el fuego, sino en el “silbo
apacible y delicado” de Su presencia (1 Reyes 19:12). Así Dios nos visita en la
quietud de nuestras devociones privadas. Por eso, para evitar divagar en
nuestras mentes, la oración privada nos será de provecho para cultivar una comunión
más profunda con el Señor.
4. Debemos orar en privado porque en la privacidad es más
fácil abrir nuestros corazones. Es decir, en el secreto es más factible poder
expresar nuestras emociones y confesar nuestros pecados. En la oración privada
y delante del Señor nos sentimos más en confianza para reconocer nuestras
luchas y temores y además para pedir perdón por las acciones, pensamientos y
actitudes pecaminosas. En privado es más propicio derramar nuestros corazones
delante de Dios. Ana, la madre de Samuel le dijo al sacerdote Elí que mientras
oraba, ella derramaba su “alma delante de Dios” (1 Samuel 1:12-15). Asimismo,
el rey David exhortaba al pueblo diciendo “derramad vuestro corazón” delante de
Dios (Salmo 62:8). Cabe recordar que en ambos casos, Ana y David hablan en un
contexto de angustia, amargura y tribulación. Las devociones privadas nos
permiten expresar las angustias, los temores y las luchas de nuestro corazón,
mejor que cualquier otra disciplina cristiana. Sin embargo esto no descarta la
necesidad e importancia de confesar los pecados delante de nuestros hermanos y
líderes (Santiago 5:16). Pero quien ha confesado sus pecados ante Dios, no
tendrá temor ni vergüenza de confesarlos ante los hombres.
5. Debemos orar en privado porque la oración privada nos
ayuda a fortalecer la consciencia de que estamos todo el tiempo delante de
Dios. El ejercicio de las devociones personales nos ayuda a cultivar un corazón
que está más preocupado por glorificar a Dios antes que ser visto por los
hombres. En el mismo Sermón del monte Jesús quiere advertir a sus discípulos en
contra de la hipocresía de los fariseos que practican su religión para ser
vistos y admirados. “Guardaos de hacer
vuestra justicia delante de los hombres” les dijo (Mateo 6:1). Los ejercicios
de piedad como las limosnas, la oración y el ayuno deben ser ofrecidos de
corazón a Dios aunque nadie nos vea, porque al final nuestro Padre que ve en lo
secreto nos recompensa en público (Mateo 6:6). Jesús quiere que su iglesia esté
más enfocada en cultivar una devoción más privada, porque del aspecto público
se encarga Dios. La oración que hacemos en secreto robustece nuestro sentido de
la omnipresencia divina y esto a su vez producirá santidad e integridad.
Jonathan Edwards decía: ¿Cómo es una vida que no ora coherente con una vida
santa? Llevar una vida santa, es llevar una vida dedicada a Dios. Pero ¿cómo se
conduce una vida semejante que no respeta el deber de la oración?¹
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